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Francisco Cabrillo

Los males de la patria... que son muchos

Todo el mundo parece pensar hoy que "hay que hacer algo". Pero, ¿seremos capaces de aplicar las reformas que necesitamos o volveremos a las andadas antiliberales… una vez más?

Somos los españoles bastante dados a pasar con facilidad de momentos de euforia a situaciones de depresión colectiva. Y no cabe duda de que nos encontramos hoy en una de estas etapas. Allá por el año 1890 un regeneracionista aragonés, don Lucas Mallada, publicó un libro cuyo título se haría famoso: Los males de la patria. Su objetivo era, evidentemente, poner de manifiesto los grandes problemas del país, denunciar sus vicios y plantear soluciones, por lo general bien intencionadas pero poco sensatas.

La obsesión por regenerar el país con arbitrios de todo tipo no es exclusiva, desde luego, del regeneracionismo de finales del siglo XIX, ya que tuvo muchos antecedentes; y su influencia, además, ha llegado hasta nuestros días. Las ideas de que todo funciona mal en España, de los defectos del carácter nacional, que hacen muy difícil que el país pueda salir adelante, o de la necesidad de soluciones radicales y autoritarias como única opción abierta a la nación no fueron inventadas por Costa, Mallada o Picavea. Estaban muy extendidas ya en el siglo XVII, en el que, por ejemplo, Sancho de Moncada decía aquello de que "la ociosidad y holgazanería es vicio de españoles" (Restauración Política de España. 1619). No es ésta más que una cita de las muchas que podría mencionar. Baste, sin embargo, para llamar la atención sobre esa literatura, a la vez trágica y mediocre, que tantas veces ha tenido en nuestra historia un protagonismo lamentable.

Si observamos el fenómeno regeneracionista con la información de la que hoy disponemos, no es difícil percibir que sus principales representantes cayeron en dos de los tópicos que más nos han perseguido a los españoles a lo largo del último siglo. Por una parte, popularizaron el "España es diferente" y dieron argumentos a cuantos, durante décadas, han venido sosteniendo la idea de que las soluciones que se han aplicado con éxito en otros países no funcionan en el nuestro. Por otra, rechazaron el liberalismo, tanto en sus aspectos económicos como políticos, por considerar que aquí sus principios habían sido pervertidos y que, por tanto, la democracia y la economía de mercado no podían constituir la solución a los problemas españoles. La puerta quedaba así abierta a lo que más adelante vino: el rechazo simultáneo a la libertad política y a la libertad económica.

Pero hay que señalar que la vía del regeneracionismo no ha sido nunca la única abierta a la nación. Conviene recordar, en efecto, que en España, junto a esta tradición, existía otra muy diferente: la de quienes, desde el siglo XVIII habían tratado de modernizar el país, y cuyo mayor logro había sido la construcción del Estado liberal del siglo XIX. Para ellos España no era especialmente distinta de las demás naciones. Y la solución a sus problemas la encontraban no en la ruptura con la tradición liberal, sino en el propio desarrollo de ésta.

¿Hemos llegado finalmente a aceptar esta idea? Cuando se observa lo que ha sido la política española en los últimos años pueden encontrarse por desgracia, muchos rasgos del viejo regeneracionismo. El actual Gobierno pensó en un momento que todo iba a irle bien, y, además, que transformaría el país en pocos años, cambiando la forma de ser de la gente y tratando, en resumen, de imponer a ese "hombre nuevo", cuya búsqueda ha causado tantos desastres allí donde un régimen político ha intentado hacer a sus ciudadanos felices a golpe de disposiciones legales. Y para ello este Gobierno escogió una vez más el camino equivocado: no aceptar que la economía del mercado funciona y tratar de cambiar la sociedad y su "modelo económico" con arbitrios tan poco sensatos como los de los viejos reformadores antiliberales.

Es cierto que no se intenta ya prohibir el comercio internacional ni se busca al famoso cirujano de hierro que nos garantice la prosperidad; pero se ha tratado de imponer soluciones que recuerdan mucho a los viejos arbitrios; por ejemplo, la implantación de métodos de producción muy ineficientes –pero políticamente correctos– como las energías renovables. Y se ha impedido, en muchos casos, que los mercados funcionen, porque resultan ser poco progresistas. No es sorprendente que España haya retrocedido de forma significativa en todos los índices internacionales de libertad económica en los cinco o seis últimos años.

El proyecto ha fracasado de forma estrepitosa. La economía se ha hundido y las instituciones no funcionan. Todo el mundo parece pensar hoy que "hay que hacer algo". Pero, ¿seremos capaces de aplicar las reformas que necesitamos o volveremos a las andadas antiliberales... una vez más? En las próxima semanas volveremos con regularidad sobre los males de la patria... A lo mejor conseguimos arreglar alguno.

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