Son cada vez más los informes y expertos que advierten de que España necesita recuperar competitividad para poder salir de la crisis. Esto supone tener que reducir los salarios entre un 6% y un 25%, según el experto que lo diga, puesto que no podemos devaluar mientras estemos en el euro, una permanencia que, tal y como están las cosas, no está precisamente garantizada. Pero, ¿se ha parado el Gobierno de Zapatero a analizar las implicaciones que un ajuste salarial tendría para la economía y para su desastre de política económica? ¿Y a pensar en las consecuencias de no hacerlo?
No cabe duda de que cualquier español al que se le diga que su salario se tiene que reducir para poder salir de la crisis se va a negar en rotundo. Su respuesta tendrá su lógica, en parte porque considera que el salario actual es un derecho adquirido, en parte porque diría que el sueldo, que se lo recorten los políticos, empezando por Zapatero, que es el culpable de la crisis; en parte porque la situación de su economía familiar no está como para eso. Hogares endeudados hasta las cejas a cuenta de la compra de una vivienda, y en un contexto de previsible subida de los tipos de interés en la segunda mitad del año, no tienen apenas margen para reducir sus ingresos si no es a base de recortar drásticamente su consumo y de renunciar a casi todo lo que caracteriza al bienestar de las sociedades modernas que no sea el comer. Y, aún así, más de una familia se declararía en suspensión de pagos. Pero aunque dicho sacrificio se produjera, la salida de la crisis no sería inmediata, sino todo lo contrario, porque un ajuste salarial conlleva una caída drástica del consumo, que supone dos terceras partes del crecimiento económico. O sea, que por esta vía tenemos crisis para rato.
No obstante, es muy difícil que dicho ajuste salarial se vaya a producir en España si no es mediante el despido de trabajadores para contratar a otros por menos sueldo. ¿Por qué? En primer lugar, porque para aceptar semejante sacrificio hace falta que lo pida un verdadero líder, alguien con altura moral y en quien confíe la sociedad, que sea capaz de hacer un discurso de sangre, sudor y lágrimas y de tomar las medidas que hay que tomar para arreglar las cosas. Zapatero, desde luego, no es esa persona. En segundo término, porque estos sindicatos que nos han caído en suerte se negarían en rotundo y seguirían insistiendo en eso de que los salarios tienen que subir, que los ricos tienen que pagar el coste del ajuste y que los trabajadores no tienen por qué ser los que se sacrifiquen. Así es que pasemos a la segunda cuestión: qué pasaría si no se hace el ajuste.
Pues lo que sucedería es muy sencillo. Si las empresas tienen que recuperar competitividad para poder sobrevivir y, para ello, necesitan recortar la masa salarial, sobre todo después de que ZP y su apuesta por las energías renovables les carguen con más costes energéticos, o bajan los salarios o despiden trabajadores, si es que pueden hacerlo. Porque si no pueden, la empresa estaría muy probablemente condenada a cerrar y entonces todos los empleados se quedarían en la calle. Todo lo cual significa más paro, más impago de hipotecas con el consiguiente problema para las entidades crediticias, menos consumo y, por tanto, menos crecimiento económico, menos recaudación por impuestos y más gastos en prestaciones por desempleo que dificultarían todavía más el necesario ajuste presupuestario. Vamos, que el panorama es dantesco.
Por supuesto, todo esto no hubiera pasado si Zapatero se hubiera dedicado a hacer política económica de verdad desde que llegó a La Moncloa en 2004, si no hubiera permitido que la burbuja inmobiliaria siguiera creciendo y creciendo para poder presumir de cifras económicas tan de ensueño como insostenibles, si hubiera reconocido la crisis a tiempo y hubiera actuado en consecuencia, si no se hubiera dedicado a gobernar a golpe de ocurrencia, si no hubiera dilapidado miles y miles de millones de euros en sus fantasías, si no hubiera dinamitado la constitución para establecer una organización territorial confederal e imposible de gobernar, etcétera, etcétera, etcétera. Pero lo ha hecho y, por tanto, eso ya es agua pasada que sólo hay que tener en cuenta a la hora de pedir responsabilidades cuando lleguen las próximas elecciones generales. Ahora hay que encarar el futuro y ver cómo podemos salir de ésta, cosa nada fácil, por cierto. Y ese futuro pasa necesariamente por un cambio de rumbo al que Zapatero se niega en rotundo. ZP carece de la credibilidad y el liderazgo necesarios para ponerse al frente de la recuperación. Él solo se lo ha ganado a pulso con tanto engaño y tanta tontería. Por tanto, con él como inquilino de La Moncloa la salida de la crisis se vuelve imposible. En consecuencia, resulta tan necesario como urgente adelantar las elecciones. Pero eso no garantiza que de las urnas vaya a salir ese presidente ni esas alianzas que España necesita en estos momentos. Ese es el gran drama de nuestro país.