Se equivoca de plano The Wall Street Journal instando a nuestro ilustre presidente a buscar su "Reagan interior" por la simple razón de que carece del suficiente conocimiento y amplitud de miras como para entender mínimamente el funcionamiento real de la economía. Zapatero, al contrario que el ex presidente de Estados Unidos Ronald Reagan o la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, es un keynesiano convencido y practicante. Profesa una arraigada ideología socialista, cuyo rezo consiste en ensalzar la figura estatal por encima de las libertades individuales.
Resulta, pues, absurdo que Zapatero se esfuerce en buscar su particular "Reagan interior" ya que, de encontrarlo, le faltaría tiempo para ahogarlo en las profundidades de sus entrañas estatistas. La reducción salarial a los controladores aéreos, al igual que la reforma de las pensiones, el recorte del gasto público o la reciente propuesta de reforma laboral no son, en ningún caso, iniciativas libremente adoptadas por el presidente, sino imposiciones de Bruselas ante la crisis de deuda pública que afecta al seno de la Unión.
De hecho, hasta tal punto llega su convencimiento socialista que, ante la mínima reacción sindical, Zapatero pliega velas de inmediato en un torpe intento por ocultar que a España no le queda más remedio que emprender profundas reformas estructurales para salir del atolladero, consistentes en recortar de forma drástica el gasto público y el mal llamado Estado de Bienestar. Aún hoy, pese a la experiencia de Grecia, el jefe del Ejecutivo se resiste con todas sus fuerzas a aplicar el tijeretazo que precisa el sector público. Tan sólo Bruselas y el castigo del mercado han hecho reaccionar tímidamente al Gobierno español. De ahí, precisamente, que dude de su capacidad para dirigir el Titanic en esta compleja travesía. Le falta convicción, comprensión, arrojo y, sobre todo, valentía para reconducir la situación.
El "Reagan interior" de Zapatero nunca saldrá a la luz porque nunca ha habitado su seno. En todo caso, como mucho se esconde un pequeño Obama. Lo que precisa España es una Margaret Thatcher. Una nueva figura política capaz de liderar un ambicioso proceso de reformas contra viento y marea.
Thatcher llegó al poder en Gran Bretaña a finales de los años 70, después de que el Gobierno laborista llevara al país a la quiebra técnica en 1976 (Reino Unido tuvo que negociar un préstamo con el FMI). Las reformas emprendidas desde 1979 enfrentó a Thatcher con los entonces poderosos sindicatos británicos y el extenso sector público. Pero ni las protestas ni las huelgas lograron hacer vacilar un ápice las profundas convicciones liberales de la Dama de Hierro.
El sindicato minero protagonizó una de las huelgas más violentas y largas de la historia británica durante 1984-85, pero fue derrotado. La economía resurgió a través de una profunda política de liberalización y privatización económica. Thatcher fomentó entre los británicos una cultura orientada al ahorro e incentivó la contratación de pensiones privadas. En su tercer mandato reformó la sanidad, la educación y el sistema fiscal, entre otras medidas. Tras el abandono de su partido, Thatcher dimitió como primera ministra el 28 de noviembre de 1990, sucediéndola John Major.
En un discurso pronunciado en 1996 en memoria de Keith Joseph, Thatcher desgranó algunas perlas de su pensamiento político:
Nosotros depositábamos mucha más confianza en los individuos, familias, negocios y vecindarios que en el Estado [...] La creatividad es necesariamente una cualidad que pertenece a los individuos. En realidad, quizá la ley inmutable de la antropología sea que todos somos diferentes [...] Lo que caracteriza nuestra visión conservadora es la convicción de que el Estado, el gobierno, sólo apuntala las condiciones para una vida de prosperidad y realización. No las genera. Es más, la misma existencia del Estado, con su enorme capacidad para el mal, es un peligro potencial para todos los beneficios morales, culturales, sociales y económicos de la libertad.
Los Estados, las sociedades y las economías, que permiten que los talentos únicos de los individuos florezcan, florecen también. Aquellos que los empequeñecen, aplastan, distorsionan, manipulan o ignoran no pueden progresar. Aquellas épocas en las que se ponía un gran valor en el individuo son las que han conocido los mayores adelantos.
[...]
Es sólo la civilización occidental la que ha descubierto el secreto del progreso continuo. Esto se debe a que sólo la civilización occidental ha desarrollado una cultura en la que los individuos importan, una sociedad en la que la propiedad privada está a salvo, y un sistema político en que se acomoda una variedad de puntos de vista e intereses.
La causa del gobierno limitado -en la que el Estado es sirviente, no amo; guardián, no colaborador; árbitro, no jugador- es aquélla bajo cuyo estandarte Keith Joseph y yo nos reunimos todos esos años atrás. Es hora que quitarle la naftalina, cepillarle la telaraña colectivista que se ha colgado en ella, y salir al encuentro del enemigo.