Decía Irving Kristol que no había en América ningún mal tan irreparable que no pudiera arreglarlo una buena crisis. No se entusiasmen, pero estamos a punto de comprobar si la frase vale para Europa.
Hay gran excitación porque Alemania va a rescatar a Grecia de su situación financiera. Esto se interpreta como el mejor invento desde el inicio de la crisis hace año y medio.
No tan deprisa. Recapitulemos. Al grito de "hay que hacer algo y hay que hacer algo ahora", acompañado del no menos elocuente "no hay ateos en las trincheras ni ideólogos en las crisis financieras", entre Bernanke y sus colegas de este lado del Atlántico se quemaron todos los libros de ortodoxia económica en el altar de las necesidades políticas. Había que salvar a los bancos, o si no, se decía, corríamos un riesgo sistémico, lo que en la jerga quería decir, del carajo. Se lanzaron entonces infinitos planes de rescate de los bancos, y de estímulo. Obama preguntaba con sorna: "¿Qué se creen (los escépticos) que quiere decir estímulo? Quiere decir gastar". Y gastar habemus. Pero sistémicamente, o sea, a lo bestia. Y se decía también, y con indisimulado alivio, que eso significaba que nos habíamos vuelto todos keynesianos. No era verdad, pero quedaba bien.
Unos veinte meses después por fin hemos entendido lo que era el keynesianismo: transferir el peligro de lo privado a lo público. El riesgo localizado en algunos negocios se ha extendido hoy a los Estados rescatadores –o a los menos fiables de entre ellos– y quien corre hoy un serio riesgo de quiebra ya no son entidades privadas sino países. Pero que no cunda el pánico, la UE ha encontrado la salvación definitiva. Ya hemos redimido a los bancos, vamos ahora a por los Estados.
Se anunciará hoy un plan por el cual Alemania, el país menos derrochador de Europa, y quizá de Occidente, se va a comprar la política económica de Grecia. En otro orden de cosas Alemania ha logrado una promesa francesa de sentarla entre los permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, ha sido uno de los pocos países de la OTAN en decir "presente" a la hora de incrementar la tropa en Afganistán, y está a punto de deshacerse de los restos de armamento atómico americano en su territorio. De modo que como al Pacto de Estabilidad, que es esa parte del tratado de la Unión que sólo cumple Alemania y España con Aznar, no le hace caso nadie, y el último Tratado de Lisboa es una broma de mal gusto, y de la presidencia rotativa de Z ya no se acuerda nadie, los teutones han decidido agarrar el toro por los cuernos y la fracasada Merkel se prepara a regir de facto los designios europeos.
Las potenciales consecuencias económicas y estratégicas son considerables. Por una parte está por ver que el rescate de la deuda griega sea compatible con la solidez del euro. Por otra, por seguirle la onda a la conspiración judeo-masónica de Pepiño: la libra de carne que exigirá Alemania por su apoyo vendrá en términos de dirección de la política económica de los rescatados, lo que está estupendamente desde el punto de vista económico pero no necesariamente desde la perspectiva social, cultural o de soberanía nacional. Por fin, nada de esto varía en un milímetro la situación de crisis subyacente o anterior a la financiera: a saber, la insostenibilidad a largo plazo de los Estados de Bienestar a la europea. En especial en materia sanitaria y de pensiones, debida esencialmente a razones demográficas y de pérdida de tensión vital. O sea que incluso si se salda con aprovechamiento el primer obstáculo, queda el segundo que obligará a esta Europa germanizada a cumplir reglas serias en cuanto a lo que puede uno permitirse y lo que no. Seguro que Z no creía tener tanta razón cuando hace unos treinta días –qué rápido pasa el tiempo– pedía reglas coercitivas para promover el crecimiento. Va a tenerlas, y serán góticas.
GEES
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Alemania al rescate
Queremos que por la prodigalidad de Z, y de Grecia, con dinero ajeno, Alemania actúe como último rescatador irrescatable. Muy bien; pero que nos quede claro, esta vez va en serio: si Alemania paga al flautista, elige la canción.
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