Armado con la enternecedora seriedad de un niño, el estadista que confundía el Euribor con el Orfeón Donostiarra anda insinuando que hay en marcha una arcana intriga judeo-masónica contra su, por lo demás ignota, política económica; algo así como el contubernio de Múnich de los mercados internacionales; la conjura –financiera– de los necios, vaya. Al punto de que El País se ha visto obligado a cocinar en el microondas de las trolas urgentes unos Protocolos de los sabios de la deuda pública, ingeniosa fantasía conspiranoica con la que intentarán salvarlo del ridículo por enésima vez.
Lástima que Jordi Sevilla, esa víctima de su propio talento, ya no pueda explicarle que el rebaño electrónico –Friedman dixit – es muy joven, apenas un adolescente. Que nació al final de la Guerra Fría, con la supresión generalizada de los controles a los movimientos de capitales y la simultánea eclosión de internet. Que lo integra una muchedumbre invisible de individuos particulares, fondos de pensiones, bancos, agencias de inversión y compañías de seguros del entero mundo, todos conectados con todos a través de las pantallas de sus ordenadores. Que esa manada bulímica pasta en una pradera global cuyas lindes se extienden a lo largo de más de 190 países. Que su dieta se basa en un estricto régimen integrado en parejas proporciones por bonos, deuda pública, acciones y divisas.
Que resulta ser terriblemente desconfiado: sus mil ojos otean sin cesar a los depredadores que acechan ocultos tras la maleza. Que con sólo intuir la cercanía de alguno de ellos, se produce una gran estampida. Que así, despavorido, huyó del yen tras descubrir que la cotización del terreno que ocupa el Palacio Imperial de Tokio equivalía al precio de la superficie completa de California. Que igual ocurrió, por ejemplo, tras olfatear, inquieto, que Tailandia pretendía engañarlo, al vincular su moneda al dólar sin poseer las preceptivas reservas. Que, en fin, la muy prosaica verdad de la globalización es que nadie está al mando: ni George Soros, ni la CIA, ni los rosacruces, ni el FMI, ni la Pepsi-Cola, ni Ignatius Reilly, ni Fu Manchu. Que el control es como las hadas del bosque y la nación catalana: simplemente, no existe. Que nos han dormido con todos los cuentos. Y que ya nos sabemos todos los cuentos, presidente.