Como es fama los regímenes públicos de pensiones fueron ideados por un peligroso socialista decimonónico conocido por el alias de Otto von Bismark. Y no son nada más, por cierto, que efímeros castillos de naipes intergeneracionales , precarias fortalezas sustentadas en cimientos antes antropológicos que económicos. A saber, que en todo tiempo y lugar los contemporáneos anden dispuestos a engendrar similar prole que sus inmediatos ancestros.
Una premisa cultural que comenzaría a resquebrajarse a partir de la irrupción triunfante de la clase media en la historia, allá por los gozosos años sesenta del siglo pasado. Al cabo, quien estaba llamada a garantizar nuestro sustento en la vejez no era ni el Estado ni el mercado, sino una difunta ética civil, entre estoica y calvinista, que ya nadie resulta capaz siquiera de concebir. Aquella añeja moral fundada sobre la premisa de que no hay pirámide demográfica –ni civilización– que resista la ultima ratio de la generación ni-ni: exprimir a los padres hasta que se pueda vivir de los hijos.
La ineludible reforma del sistema estatal de pensiones tiene mucho menos que ver, pues, con la crisis económica que con una fractura profunda de ciertos valores seculares de Occidente. Fenómeno interdisciplinar, polimorfo, sutil, que ese cráneo privilegiado que responde por Cándido Méndez acaba de descifrar a los profanos tal que así: "El retraso de la jubilación sólo sirve para contentar a los mercados financieros". ¿Por qué a los financieros y no a los de radiadores eléctricos o los de piensos compuestos, por ejemplo? Pues vaya usted a saber, porque el airado Cándido no se ha rebajado a aclarado.
¿Para qué si nada importa lo absurdo de un enunciado cuando lo que se pretende transmitir con él no es un razonamiento, sino una caricatura, apenas la narración oral de una viñeta de cómic? Frente a la ardua complejidad de lo real, la gratificante simplicidad de lo imaginario. Los siniestros capitalistas con puro y chistera de los "mercados financieros", festejando la desventura de los proletarios en medio de un aquelarre regado de champán y caviar. Lo único que aún permite mantener en pie la ficción de que la izquierda existe es eso: la retórica camp de la izquierda. Imágenes pueriles, esquemas binarios, hologramas maniqueos. El pensamiento Méndez, sin ir más lejos.