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Emilio J. González

¡Gracias por amargarnos la vejez!

Señores políticos y señores sindicalistas, gracias por pensar nada más que en ustedes y amargarnos la vejez a quienes tenemos menos de 55 años: lo de la ampliación de la edad de jubilación no es más que la punta del iceberg de lo que está por venir.

El Gobierno está empezando a hacer lo que todos nos temíamos que iba a pasar si no se reformaba el sistema de pensiones. En este caso, el Ejecutivo va a proponer al Pacto de Toledo el retraso en dos años de la edad de jubilación, para dejarla en 67 años. Es decir, que gracias a que nuestros políticos, los del PSOE y los del PP, así como los sindicatos, no han querido jamás acometer de verdad el cambio de modelo que se necesita para que los españoles podamos contar con una pensión digna que nos permita vivir la jubilación con desahogo, ahora resulta que, de entrada, vamos a tener que trabajar dos años más porque el sistema no da más de sí y hay que evitar como sea la quiebra. Por supuesto, a costa de amargarnos la vejez.

Los políticos, todos sin excepción, aunque unos más que otros, tienen la culpa de todo cuanto se avecina con las pensiones. Porque el problema no es nuevo. Por el contrario, desde principios de la década de los noventa, los expertos, analizando las tendencias demográficas y la naturaleza de nuestro modelo público de reparto, aquel por el cual las cotizaciones sociales de hoy pagan las pensiones actuales, ya advertían de que no era viable en el futuro, porque el progresivo envejecimiento de la población iba a provocar el aumento del número de pensionistas por cada trabajador, con lo cual el sistema estaba condenado irremisiblemente a la quiebra si no se procedía a su reforma. Varios informes importantes, como el de José Barea o el de José Antonio Herce, dejaron bien claro que no había otra salida. Y el de José Piñera, el hermano del nuevo presidente de Chile y autor de la reforma del sistema de pensiones del país andino, que realizó para el Círculo de Empresarios, proponía además un método para pasar en España del modelo de reparto al de capitalización, aquel por el cual las cotizaciones personales de hoy financian la pensión de cada uno mañana. ¿Qué respuesta recibieron cuando aún entonces había tiempo para hacer la reforma y evitarnos los problemas que vamos a tener? Los socialistas sentaron las bases del Pacto de Toledo, en su ponencia sobre Seguridad Social, que, como vemos, no ha servido para nada excepto para repartir la pobreza entre todos y dijeron que el cambio de sistema en Chile fue posible porque se hizo bajo la dictadura de Pinochet y se quedaron tan anchos. Los del PP no quisieron estropear sus perspectivas electorales, firmaron sin rechistar el Pacto de Toledo y acusaron a quienes proponían el paso al sistema privado de previsión social de buscar sólo el enriquecimiento de sus amigos. Y los sindicatos afirmaron que las pensiones tenían que ser públicas por narices y plantearon más que serias amenazas a quien, desde el poder, se le ocurriese decir lo contrario.

Las cosas habrían sido muy distintas si los dos grandes partidos se hubieran puesto de acuerdo en llevar a cabo la reforma, pero como los socialistas y los sindicatos querían que las pensiones siguieran bajo control estatal a cualquier precio –y hoy vemos cuán alto es– los del PP se amilanaron y se sumaron a ellos porque les daba miedo que el plantear la alternativa privada les pudiera dejar fuera de La Moncloa. Así es que, señores políticos y señores sindicalistas, gracias por pensar nada más que en ustedes y amargarnos la vejez a quienes tenemos menos de 55 años. Porque lo de la ampliación de la edad de jubilación no es más que la punta del iceberg de lo que está por venir.

Hace quince años, cuando los expertos plantearon el debate sobre la necesidad de proceder a reformar el sistema de pensiones se estimaba que, sin cambios, en el futuro habría que reducir la prestación en un 25% para equilibrar las cuentas. Ahora, gracias a ZP, habría que hacerlo ni más ni menos que en un 40%. ¿Cómo se podrá vivir, entonces, con semejante recorte? Porque el recorte vendrá de la mano de otra de las posibilidades que contempla el Pacto de Toledo, que es la ampliación a toda la vida laboral del periodo de cómputo de la pensión. Y, como por lo general, en los primeros años se gana mucho menos que en los últimos, que son con los que ahora se establece el importe de la prestación, ésta, necesariamente, tendrá que reducirse. Porque lo de la ampliación de la edad de jubilación, en última instancia, no es más que un parche por el cual vamos a trabajar más para que después nos quede menos dinero.

Por supuesto, la propuesta del Gobierno se basa en su esperanza de que la crisis económica pase pronto y el empleo se recupere enseguida, esperanza vana porque todo apunta a que, por desgracia, tenemos ante nosotros un dilatado periodo de estancamiento económico y altas tasas de desempleo. Lo cual implica que la Seguridad Social tendrá menos ingresos de los previstos, su crisis será todavía más grave y las medidas a tomar deberán ser necesariamente más drásticas. Así es que estamos apañados.

Quien haya tenido la precaución de suscribir un plan de pensiones podrá ver amortiguado el golpazo que recibirán sus rentas cuando llegue el momento de la vejez. La cuestión es cuántos españoles cuentan con ello. No todo el mundo ha sido lo bastante prudente como para abrir uno, porque confiaban ciegamente en que, al final, el Estado proveería. Sí, ya se ve de qué forma. Otros se asustaron cuando Zapatero llegó al poder y empezó a arremeter contra los planes privados de pensiones y sus beneficios fiscales, queriendo poco menos que acabar con ellos para que, como buen socialista que es, pudiera tener todo bajo control del Estado y así poder hacer de las suyas. Otros más, simplemente, no pudieron porque como ZP dejó a la burbuja inmobiliaria campar tranquilamente por sus respetos, después de pagar la letra del piso y los gastos necesarios para vivir no les quedó mucho margen para ahorrar de cara al futuro.

Claro que, aquí, también ha habido mucho imprudente que, a base de tarjeta de crédito, ha vivido por encima de sus posibilidades. Pero lo peor de todo es que, ahora que ya muchos ven de verdad las orejas al lobo, no tienen apenas capacidad para ahorrar de cara al retiro, bien porque están ahogados por la letra del piso, bien porque no les queda bastante tiempo para reunir un mínimo de ahorro, bien porque están sin trabajo y sin visos de encontrarlo. Todo ello aderezado por un panorama laboral en el que se vislumbra que los contratos que se produzcan en el futuro van a ser con salarios inferiores a los de antes de la crisis, porque como las empresas tienen que recuperar competitividad y se enfrentan, además, a costes crecientes de la energía a cuenta de la fobia antinuclear de ZP y de su filia enfermiza por las renovables, pues no tienen más remedio que actuar sobre la masa salarial, despidiendo gente o contratando con sueldos bajos. Qué brillante futuro le aguarda a muchos.

Para quienes pensaban que, en última instancia, la vivienda que habían adquirido a precios desorbitados iba a ser una garantía para su jubilación, por ejemplo, mediante la hipoteca inversa –renta adicional a los pensionistas a cambio de su piso–, ya se pueden ir preparando porque su precio no va a ser, ni de lejos, el astronómico de los últimos años, sino un 50% inferior, como mínimo.

Después de todo esto no me queda nada más que dar las gracias a nuestros políticos y a nuestros sindicalistas por amargarnos la vejez.

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