Entre los muchos y muy asentados prejuicios, tópicos y lugares comunes a cuenta de nuestra identidad colectiva, el más peregrino de todos ordena que éste sería un país visceral, genética, ontológica, irreductiblemente de izquierdas. Es ésa una especie tan extendida que incluso los publicistas conservadores han terminado creyéndosela. Y sin embargo, nada más lejos de la realidad, como bien pudo comprobar el general Franco durante sus plácidos treinta y seis años de dictadura.
Lo que se compadece con la verdad no es que España fuese coto vedado de la izquierda sino que nuestra izquierda, por paradójico que suene, ha devenido en extremo castiza, si no en la forma sí en el fondo. He ahí la razón última del malentendido antropológico. Así, a pesar de su patriotismo discutido y discutible, es decir, a pesar de sí mismo, el PSOE y su medroso proceder económico entroncan con los atavismos carpetovetónicos más arraigados en la mentalidad peninsular. Desengáñese quien crea a Zapatero el problema, o a "los políticos" como prescribe la demagogia canónica al uso. Al contrario, es el pueblo soberano quien encarna la tara, tanto los que comulgan en el altar laico de la socialdemocracia como quienes se dicen en las antípodas.
De ahí, deprimentes, los resultados del último sondeo a propósito de la imposible reforma laboral "¿Estaría usted de acuerdo con que se abaratara el despido si ello estimulara a los empresarios a crear más empleo?", se preguntó a padres, madres y demás parentela de ese cuarenta por ciento largo de jóvenes condenados en sentencia firme al paro crónico. "No", fue la respuesta casi unánime de los mismos que hubiesen gritado "¡Vivan las caenas!" al paso triunfal de Fernando VII. Transversal y ecuménica, esa miseria corporativista tan cara a la sociedad española es quien en verdad determina la parálisis de Gobierno y oposición ante la crisis.
Y es que, por encima de cualquier otra premisa, los electores exigen de sus legítimos representantes que les garanticen la desigualdad de los españoles ante la ley. Ya que no puede restaurarse el Fuero del Trabajo, aquella gran conquista de la Falange que inundó los andenes de media Europa de emigrantes patrios, al menos, barruntan, que se eternice un régimen de castas laborales único en la Unión. "¡A igual trabajo, distintos derechos!", claman. Y a eso llaman izquierda.