No se ha producido en esta España aproximadamente democrática caso igual, uno donde quede más pavorosamente demostrado que todo en el actual país, absolutamente todo en él, vidas y haciendas, depende del grado de corrupción que alcance el último politiquillo lampante de la más intrincada aldea. Como ocurrió en Alhama de Murcia, donde una doña electa por las listas del PP y seguidamente tránsfuga se metió hace tres años a delinquir a dos manos, según la han condenado ahora los juzgados, y ya no paró hasta hacerle perder con su escaño mal habido 300 millones de "leurejos" a la primera empresa de turismo residencial de España, Polaris World, y de paso a su pueblo, que probablemente nunca los verá. Y también de paso –puesto que el "efecto mariposa" de esa en apariencia intrascendente corrupción local terminará orillando sin duda en las deprimidas carteras de todos– amenaza con perder una idea de país (acertada, a mi ver) como boyante moridero en segunda residencia de Europa.
En qué manos estamos. Podríamos decir aquello de que por una concejalilla de pueblo prevaricadora y corrupta (aparte de cortita) se perdió una herradura, por una herradura un caballo, por un caballo un caballero y por un caballero se perdió la batalla de incalculadas consecuencias, que a su vez amenaza con perder a la empresa Polaris, que ha venido siendo en el norte de Europa, sobre todo Gran Bretaña y Noruega, imagen de una influyente promotora para el turismo selecto; no una turbia cueva de "ladrilleros", como algún progresismo, siempre vigilante ante cualquier enriquecimiento que no sea el propio, tratan de hacer creer.
Ahora, Polaris tiene tres meses para lograr que los bancos dejen de aprovecharse (ellos sí) de la crisis, lograr un crédito de 100 millones y evitar así la suspensión de pagos, hasta el fin de la actual recesión y el inicio de una lógica recuperación del turismo. Lo de Polaris no es otro caso Llanera, otro caso Martinsa u otro caso Pocero. No hubo inversiones suicidas en proyectos locos ni en megalomanías con determinado respaldo político y bancario (como ocurrió con aquel infame proyecto don Quijote junto al fantasmagórico aeropuerto de Ciudad Real). Al contrario, las terminales políticas de un signo, ante la frecuente inacción de los del otro, ordenaron pronto que en determinadas partes de España, aquellas en las que el PSOE lleva camino de reingresar en la clandestinidad, nadie emprende nada sin tener en regla el carné de la sociedad de amigos del desarrollo correcto según Moncloa. Desde el 2004, año de la victoria, se han venido instruyendo sábanas en prensa amiga y telediarios: la costa mediterránea, decían con las voces más cavernosas de las que disponían en los pasillos de la casa, ha sido denunciada ante Europa por crecimiento descontrolado, no sostenible, antipático. Nada importó que la UE haya dictaminado luego que el desarrollo al que se referían ha respetado escrupulosamente las reglas medioambientales. Las fuerzas de progreso ya lo habían instruido, a través de sus medios, como ladrillo malo. Porque donde gobernaba el PSOE, según las voces cavernosas, era ladrillo bueno... Como en Castilla-La Mancha.
El plan era demasiado imbécil y contraindicado hasta para los enviados gubernamentales, y cuando se recrudeció la crisis, y en espera de que la "Sociedad del Conocimiento" nos permita a los españoles vivir de nuestras iluminaciones, parecieron aflojar las campañas en contra, no del ladrillo, sino del turismo, que era el auténtico objetivo suicida del actual poder (como ha ocurrido en Baleares).
Incluso el PSOE, superado en todos los frentes por la crisis, acabó aceptando a regañadientes el desarrollo turístico de la España que no le votaba, aunque no fuera "su modelo" según qué regiones. Demasiado tarde. Porque en la España oficial no sólo ha habido incompetencia manifiesta para paliar los efectos más desastrosos de la crisis y la duración de ésta. También algo más inquietante: la pura estupidez de socavar el desarrollo de regiones enteras del país por el qué dirán esos jefes indios que moran en los ventosos discursos del actual Régimen.
José Antonio Martínez-Abarca
El "caso Polaris"
En la España oficial no sólo ha habido incompetencia manifiesta para paliar los efectos más desastrosos de la crisis y la duración de ésta. También algo más inquietante: la pura estupidez de socavar el desarrollo de regiones enteras del país.
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