Paul Samuelson, uno de los economistas más importantes e influyentes del s. XX, ha muerto este domingo a los 94 años de edad. Su producción es demasiado amplia como para que pueda calificarla o descalificarla en su conjunto, máxime cuando no soy ningún experto en su obra.
Sin embargo, difícilmente puede uno haber obtenido la licenciatura en Economía sin haber sufrido su herencia metodológica –que va mucho más allá de haber popularizado la síntesis neoclásica de Keynes–, a saber, la generalización del lenguaje matemático como herramienta de comunicación entre economistas.
El problema no está tanto que las matemáticas se usen como método para pensar y exponer ciertas conclusiones, sino en que se hayan llegado a convertir de facto en el único método válido para pensar y exponer conclusiones en la ciencia económica moderna. Con esta revolución metodológica no sólo se ha llegado a despreciar por acientífico el trabajo esencial de numerosos economistas que prefirieron el lenguaje verbal y la lógica –algunos de los cuales fueron tutores de Samuelson, como Gottfried von Haberler o Joseph Schumpeter–, sino que sobre todo los economistas dejaron de preocuparse por comprender a fondo la realidad.
Así, con el abuso de las matemáticas se ha abandonado la esencia de los problemas para centrarse en su manifestación cuantitativa. Como ya se quejara Hayek en el discurso de su recepción del Nobel: "Se nos llega a pedir que formulemos nuestras teorías sólo en términos que se refieran a magnitudes mensurables. Difícilmente podrá negarse que esta demanda limita arbitrariamente el número de hechos que pueden admitirse como las causas de los problemas que suceden en el mundo real".
Samuelson, de hecho, pontificaba la importancia de las matemáticas por el hecho de que permitían a los economistas alejarse de los pseudoproblemas cualitativos y centrarse en los auténticos problemas cuantitativos. Pero como el gran Fritz Machlup le recordó a renglón seguido, ni todo puede expresarse en lenguaje matemático ni todo aquello que no pueda formularse con precisión en éste deviene irrelevante para las relaciones humanas y, por tanto, para la ciencia económica.
Es más, en la medida en que la Economía se desarrolla en torno al concepto de valor –el ser humano actúa para satisfacer sus fines más valiosos empleando los medios más útiles para ello–, debería resultar evidente que su auténtico objeto de estudio deberían ser las relaciones cualitativas entre los seres humanos y su entorno, dentro de las cuales ya se encuentran, pero no en solitario, las cuantitativas. Reducir la calidad a un simple problema de cantidad demuestra una escasa comprensión de cómo actúan los seres humanos y puede llevarnos a cometer muy graves errores que para más inri no podrán detectarse mediante el razonamiento matemático.
El propio Samuelson fue una conocida víctima del desprecio por la esencia de los fenómenos. Así, en la decimotercera edición de su popular manual universitario Economics, datada en 1989, Samuelson concluía que:
La economía soviética es una prueba de que, al contrario de lo que muchos escépticos piensan hoy, una economía socialista puede funcionar e incluso prosperar. Es decir, una sociedad en la que la mayoría de las decisiones económicas son adoptadas de manera administrativa, donde los beneficios no sean el motivo principal detrás de la producción, puede crecer durante largos períodos de tiempo.
Samuelson, por supuesto, sólo se fijaba en el crecimiento de las cantidades de bienes y servicios, sin plantearse cuáles eran las cualidades de esos bienes para satisfacer los fines de los individuos que eran obligados a fabricarlas. Tal vez la economía soviética "creciera más rápidamente durante más tiempo que la mayoría de economías de mercado", pero también nuestras economías occidentales crecieron durante la pasada burbuja, sin que ello indicara que estuvieran creando riqueza (más bien al contrario).
No muy riguroso puede ser aquel análisis económico que, como el de Samuelson, si bien constata que "el crecimiento soviético se ha producido en una atmósfera de sacrificios humanos, incluso de asesinatos y represión política", se plantea a continuación, como "uno de los más grandes dilemas de la sociedad humana", si "todo ese clima justifica las ganancias económicas logradas". No, no hay ganancias económicas sin libertad. De hecho, no hay economía propiamente dicha sin libertad.
No es que el uso de las matemáticas conduzca necesariamente a conclusiones tan absurdas –de hecho el marxismo es en su mayoría un movimiento no matematizado–, pero sin las pertinentes cautelas de que por sí mismas no son suficientes en la ciencia económica sí pueden abocarnos a ellas. Samuelson fue una clara prueba de ello.