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Ignacio Moncada

El empleo subvencionado

Si España sigue buscando la solución a su problema crónico de desempleo en la subvención, seguirá encabezando las listas de desempleo mundial. Si lo que quiere es bajar drásticamente su tasa de paro estructural será necesario flexibilizar el mercado.

Comparaba esta semana Paul Krugman en The New York Times la evolución del empleo en Estados Unidos y en Alemania. Explicaba que, aunque ambos países han sufrido una severa recesión, Estados Unidos ha doblado su tasa de paro mientras Alemania la ha mantenido prácticamente estable. El economista americano sugería, en su batalla particular por europeizar Estados Unidos, que habría que liquidar la flexibilidad del mercado de trabajo americano para evitar el desempleo. El problema de tratar de apoyar una postura a la luz de un solo dato mientras todos los anteriores indican lo contrario obliga a omitir los datos históricos, a ocultarlos tras la literatura. En efecto, en ningún momento menciona que el desempleo en Estados Unidos ha permanecido estable las últimas décadas en torno al 5%, mientras Alemania superaba el 10% en 2006, y prácticamente nunca ha bajado del 8%.

Es una lástima que Krugman no hubiera añadido a España a la comparativa laboral. El nuestro es un país distinto a todos los demás en muchas cosas, y el empleo es una de ellas. The Economist publicaba un reportaje señalando la paradoja de que el flexible sistema americano haya reaccionado peor a la crisis que la rígida Europa. Lo acompañaba con una gráfica muy ilustrativa, en la que se veía cómo el incremento del desempleo era ligeramente más alto en Estados Unidos que en los países europeos. En todos menos uno, claro. Porque en la cumbre mundial de la destrucción de empleo se encuentra España, que dobla al segundo en todas las variantes estadísticas del desempleo.

La tasa de paro es capaz de reflejar la salud económica de un país, pero es una cifra que hay que tomar con cautela. Lo fundamental no es el empleo contabilizado por el Estado, sino el hecho de que sea un empleo productivo. Muchos gobiernos intervencionistas que subvencionan el empleo arrojan cifras de paro razonables, pero tras ellas no hay una economía saludable, sino una máquina de generar pobreza. Esto es así porque para subvencionar primero hay que recaudar, y esto destruye más empleo del que luego es capaz de generar. Al obligar a los contribuyentes a pagar un empleo que no es rentable, que no es eficiente, el conjunto de la sociedad entra en pérdidas. Esa medida no estaría generando riqueza, sino destruyéndola.

Algunas voces en España se están apuntando a una medida copiada de Alemania llamada kurzarbeit, que consiste en subvencionar con dinero público a los empleados para que reduzcan sus jornadas laborales, y así aliviar algo de coste de personal al empresario. Es una medida útil para repartir la crisis del empleo. Es decir, que en lugar de que a una persona le toque irse a la cola del INEM, toda la plantilla se reparta el desempleo por horas. Puede, incluso, que sea mejor que dejar la situación tal y como está. Pero que nadie se engañe. Mientras en el lado del gasto pueden evitarse algunos despidos, en la otra cara de la moneda, la recaudación de los impuestos necesarios para pagarlo, sí se están destruyendo empleos. El beneficio se obtiene de la resta entre las ventajas y sus costes, y en este caso me temo que la medida provoca pérdidas. Otra cosa es que ese dinero se fuera a recaudar de todas formas, con lo que esa destrucción laboral ya estaría en marcha.

Si España sigue buscando la solución a su problema crónico de desempleo en la subvención, seguirá encabezando las listas de desempleo mundial. Si alguna vez logra tener una de las estructuras más productivas del mundo sin cambiar el modelo laboral, como Alemania, podrá lograr estabilizarse en torno a un 8% de paro. Sin embargo, si lo que quiere es bajar drásticamente su tasa de paro estructural sin recurrir a milagros no le queda otra salida: será necesario flexibilizar el mercado laboral. 

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