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José Carlos Rodríguez

¡Prevariquemos, coño!

No es que haya corruptos en la política. Es que hacer política con la economía es una forma de corrupción.

Recuerdo aquel viaje a Cannes. Fui a cubrir el Mipim, la reunión más importante del mercado inmobiliario del mundo, según dicen. Me invitaron a una comida en la que estaba la delegación española, pero mi nombre no aparecía en la lista. Los del restaurante no sabían qué hacer conmigo y me acabaron colocando en la mesa principal.

Allí había dirigentes de diversos organismos, y un fino teórico de la promoción inmobiliaria que, por aquello de corresponder sus inquietudes intelectuales con la praxis, también ejercía el noble arte de la promoción. Era un hombre orondo y tenía entre los dientes un puro que apenas le cabía en la boca. En un momento de la comida decidió compartir con el resto de comensales el precipitado de su experiencia, el acervo sintético de esa combinación entre teoría y praxis que resulta en una síntesis perfecta, que se corresponde con la realidad hasta confundirse con ella. Aquel hombre dijo: "Si tú dices que un terreno mío se tiene que dedicar a parques y jardines, me hundo. Si dices que puedo edificar diez plantas, me forro. ¡Prevariquemos, coño, prevariquemos!".

¡Qué maravilla! En tres decenas de palabras nos había expuesto el filósofo, in nuce, todo lo que uno necesita saber sobre la corrupción. ¡Por supuesto! Resultaba que si los políticos tienen en su mano que el dueño de un terreno haga de él el uso más valioso posible o lo puede cercenar hasta dejarlo en la nada, lo que va de una decisión política a otra es un margen de beneficio, y por tanto de corrupción, enorme.

Una cuenta de la vieja hecha por El Mundo recoge un valor económico de la corrupción de 4.100 millones de euros en diez años, una cantidad ridícula (algo más de un millón de euros al día) en comparación con lo que nos diría un contable omnisciente. El diario incluye un "decálogo para que los corruptos no nos sigan saqueando" al que no merece la pena ni asomarse, a excepción de la sexta propuesta, la liberalización del suelo.

Porque ni el Código Penal ni la transparencia de los bienes de los políticos, ni dar (aún) más dinero a los ayuntamientos ni ninguna de esas consideraciones pueden nada contra el hecho de que un político, desde su despacho, pueda tomar una decisión u otra y que entre las dos pueda mediar la posibilidad de realizar, o no, un negocio de decenas de millones de euros.

No es que haya corruptos en la política. Es que hacer política con la economía es una forma de corrupción.

En Libre Mercado

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