Georgia se está convirtiendo, paso a paso, en un paradigma de libertad y prosperidad a tener muy en cuenta. En un momento en el que las grandes potencias del planeta –aglutinadas en torno al G20– se han lanzado como auténticos perros de presa a vilipendiar con improperios y falsedades el libre mercado, culpándolo de todos los males en época de crisis, la ex república soviética levanta con más fuerza que nunca la bandera del liberalismo. "Creemos firmemente en los resultados del sistema liberal", afirma sin titubeos Nikoloz Gilauri, primer ministro de Georgia.
Mientras que la hipócrita e ignorante clase política occidental toma como excusa la crisis financiera que ellos mismos han creado, con la inestimable ayuda de la banca central, para justificar la mayor intervención económica desde la Gran Depresión de los años 30, el Gobierno georgiano toma el camino opuesto y emprende una de las mayores reformas liberales de las últimas décadas. Sin duda, la jugada le saldrá bien de seguir así.
Gilauri, a diferencia de otros cuyo nombre prefiero no recordar, confía en el dinamismo y la creatividad innatas de la iniciativa empresarial para construir un sólido modelo de crecimiento capaz de levantar y poner a toda máquina un país que, hasta hace nada, estaba en ruinas como resultado de la guerra. Y para ello es fundamental "crear un entorno en el que florezca el espíritu emprendedor".
Dicho y hecho. El Gobierno georgiano ha creado zonas industriales libres de impuestos para atraer capital foráneo, y así desarrollar empresas y crear empleo. Además, ha borrado del mapa la mayoría de barreras comerciales y trabas burocráticas con el fin de facilitar al máximo la vida a los empresarios, único motor capaz de generar riqueza, prosperidad económica y, por lo tanto, bienestar social.
No obstante, el pequeño país del Cáucaso lidera algunos de los principales indicadores de libertad económica del mundo. Según el informe Doing Business 2010 del Banco Mundial –que mide la facilidad para hacer negocios–, Georgia se sitúa en el puesto 11 del ranking internacional, y entre los 10 primeros del mundo en ámbitos tan esenciales como la contratación laboral, apertura de una empresa, permisos de construcción o registro de propiedades. España, en comparación con Georgia, está a la altura del Tercer Mundo. Sí, han oído bien: ¡Tercer Mundo!, según el mismo informe.
Por si fuera poco, Georgia ha privatizado el sistema sanitario, al contrario de lo que Obama en Estados Unidos con su polémica reforma socialista, y ha reforzado las exigencias de capital de sus sistema bancario para no sufrir, precisamente, un crack financiero como el de 2008.
Sin embargo, lo más destacable y glorioso es la limitación constitucional –"Ley de Libertad"– que ha implantado Georgia para prohibir que el peso del Estado supere, en ningún caso, el 30% del PIB nacional. De este modo, el gobierno que quiera subir los impuestos tendrá que convocar un referéndum para contar con el visto bueno de los contribuyentes. Mientras, pese a que el 90% de los españoles rechaza el aumento fiscal aprobado por el Ejecutivo socialista, queramos o no, en 2010 pagaremos más a Hacienda.
Pero si hay un dato que resume la reforma liberal georgiana es el siguiente: Georgia ha pasado de 21 figuras impositivas a tan sólo 6, "planas y fáciles de administrar". "Yo mismo resumí en cuatro folios" la nueva estructura fiscal de Georgia, indica Gilauri.
¿Se imaginan un país donde pagar impuestos es fácil, sencillo y barato? Es más, ¿se imaginan decenas de inmensos volúmenes de derecho tributario y regulación fiscal española reducidos a apenas cuatro folios claros y sencillos? Sin duda, el paraíso. Y es que los georgianos ya conocen el infierno estatal propio de la utopía soviética y, a diferencia de nosotros, ahora saben perfectamente cuál es el camino correcto que deben tomar: el de la libertad, sin ambages ni complejos.