Si algo acredita la evidencia histórica es que, en materia de crisis sistémicas del capitalismo, existen dos clases de expertos: los que no saben nada y los que ni saben que no saben nada. Constatación empírica que procede tener muy en cuenta cada vez que el gurú de turno dé en pontificar sobre tal o cual ungüento amarillo infalible para recomponer la intendencia nacional o planetaria. Gremio ful ese de los expertos; tan ful que a George Stigler le concedieron el Nobel tras demostrar que ninguno de los remedios económicos propuestos por los grandes expertos yanquis durante el medio siglo anterior había funcionado en la práctica.
De ahí que, si no fuese porque habita en España, parnaso de la ciencia donde aún hay más expertos en hacienda pública que eruditos futboleros, uno tendería a relativizar la importancia del Presupuesto como motor, freno o embrague de la recuperación. Al cabo, nosotros, y en eso no miente Solchaga, saldremos de esta recesión igual que de todas las anteriores, a rastras. Y ello por una razón prosaica: cuando la locomotora –alemana, claro – emerge de un túnel también el último vagón del convoy acaba por ver la luz del sol más pronto o más tarde. Por eso y sólo por eso, tal como ha ocurrido toda la vida, vaya.
Mas, certificado lo obvio, nadie podrá hurtarle a Rajoy la gloria de haber noqueado a un peso mosca como la viceornamental Salgado; hazaña que no debiera ocultarnos que las cuentas del Reino saldrán a flote merced a la derecha mercenaria, ora llámese Coalición Canaria ora responda por Carcundia Etnicista Vasca, y no gracias a la izquierda asilvestrada. Al tiempo, la querencia por el tremendismo de alguna otra derecha, recurso siempre tan burdo como estéril, también empuja a soslayar algo fundamental. A saber, que el Presupuesto del Estado constituye una fracción cada vez más reducida del gasto público total, y que, en consecuencia, no tiene sentido juzgarlo al margen de las políticas fiscales de las Autonomías.
En fin, disfrute su triunfo el de Pontevedra, pero recuerde que la memoria del pueblo soberano es como la de los peces del mar: nunca dura más de tres segundos. Mañana, no lo dude, ya se habrá olvidado por completo del asunto.