Decía Zapatero, en uno de esos delirantes discursos ante las Cortes donde arroja tanta palabrería socialista como su privilegiado cráneo le permite, que los defensores de las pensiones privadas tenían un serio problema tras el estallido de la crisis y el pinchazo de la bolsa. Frente a la inseguridad de un mercado de valores que en algunos momentos de marzo llegó a perder más de un 50% desde su valor máximo, el presidente del Gobierno español defendía la estabilidad y la solvencia de las pensiones públicas.
Bueno, pues ahí lo tiene. Conforme se incrementa el número de pensionistas y cae el de cotizantes, las "solventes" pensiones públicas lo van siendo cada vez menos; de momento, ya hemos suspendido las aportaciones a ese Fondo de Reserva que se creó precisamente para retrasar un poquito el reconocimiento del déficit en la Seguridad Social y hoy Bruselas nos recuerda por enésima vez que las reformas son urgentes si no queremos que el nivel de vida de nuestros pensionistas se hunda todavía más.
Por supuesto, Zapatero no tocará ni una coma de este sistema que se desmorona poco a poco. Total, cuando estalle él probablemente ya no dormirá en La Moncloa y estará cobrando una de esas generosas y privilegiadas pensiones vitalicias de 90.000 euros anuales que perciben los ex presidentes del Gobierno... por sus invaluables servicios prestados a la Nación, se supone.
Ahí no hay quiebra a la vista ninguna. Por muy ruinosa que sea la política económica de Zapatero siempre quedará algo que rapiñar para que nuestros políticos sigan viviendo a cuerpo de reyes, que al fin y al cabo es lo que soñaron con ser y en lo que se han convertido.
Pero no creamos que la peor parte del sistema público de pensiones es que esté condenado a la quiebra y que vaya a privar a nuestros mayores del pan con que comer. Aclarémoslo: el sistema de pensiones ya está quebrado; lo está prácticamente desde el momento en que nació. Y lo está simple y llanamente porque sus activos son inferiores a los pasivos devengados. Eso es todo, que no es poco, pero no debería confundirse con que el sistema de pensiones vaya a suspender pagos. Tal escenario probablemente nunca acaecerá, por el simple motivo de que la Seguridad Social es uno de los pocos deudores que tiene la capacidad para reducir a discreción el montante de sus deudas. Cuando las cotizaciones no den para abonar las pensiones, simplemente se impondrá una reducción draconiana de las rentas de nuestros pensionistas y se acabaron los problemas. ¿Que las pensiones ya son una miseria? Pues espere a ver en qué las dejará Zapatero cuando llegue la hora de la verdad.
No, el sistema público de pensiones es un fraude con todas sus letras porque se ha convertido en uno de los mecanismos estatales más efectivos para la proletarización y el empobrecimiento de las sociedades capitalistas. Ningún economista que merezca tal calificativo pone en duda que a largo plazo la bolsa no es sólo el activo más rentable, sino también el menos arriesgado –incluso menos arriesgado en todos los sentidos que la deuda pública.
Invertir en bolsa es el vehículo más seguro para alcanzar la prosperidad individual y social: supone canalizar volúmenes ingentes de ahorro a las empresas punteras de una economía para que sigan innovando y capitalizándose. Las empresas se enriquecen y nosotros, como accionistas-propietarios de las mismas, logramos amasar una fortuna que nos habría sido imposible conseguir metiendo simplemente el dinero en el banco. Por darle sólo unas cifras: la media histórica de revalorización de la bolsa (entre 1929 y 1998) es del 7% anual (ya descontada la inflación). Esto significa que invirtiendo 3.000 euros anuales en bolsa, en 30 años alcanzaríamos un patrimonio de más de 300.000 euros, lo que a su vez nos permitiría lograr como media una renta anual de 21.000 euros. ¿Se imagina cómo vivirían nuestros pensionistas –y sus futuros herederos– si tuvieran en acciones un patrimonio de 300.000 euros y cobraran mensualmente unos 1.800 euros?
Bueno, pues sepa que la Seguridad Social le arrebata unos 5.000 euros anuales a un trabajador cuyo salario sea de 15.000 euros brutos. Dicho de otra manera, si invirtiéramos en el mercado de valores el dinero que nos quita cada año el sistema público de pensiones, aplicando la sencilla renta anterior, alcanzaríamos un patrimonio de 500.000 euros y una renta mensual de 3.000. ¡Y tan sólo en 30 años!
Nos podríamos jubilar a los 50 cobrando, sin pegar un palo al agua, 3.000 euros mensuales. Y para rematar, nuestras empresas –con todo el significado del término, porque serían de nuestra propiedad– serían más productivas, innovarían más, fabricarían bienes y servicios más baratos y de mayor calidad, y por consiguiente nuestros salarios también serían más elevados. Ése es el auténtico fraude de la Seguridad Social. Ése es el escenario, el de la sociedad de propietarios, que horroriza a los socialistas. La pesadilla de Marx: un mundo donde todos fuéramos capitalistas por ser los accionistas de las empresas en las que, si quisiéramos, estaríamos trabajando.