Dejó dicho Winston Churchill que una nación que intenta prosperar a base de impuestos es como un hombre con los pies en un cubo tratando de levantarse tirando del asa. Vamos, que es imposible. Pero aún así Zapatero quiere hacer con España un último intento. Él es de los que creen que los sueños se materializan cuando se es de izquierdas, que la economía crecerá sólo con desearlo. Está convencido de que conseguirá levantar el PIB y el empleo con golpes de efecto. Pero ya no es el ilusionista que fue, sino un trilero al que se le ven los trucos. Sus fuegos de artificio sólo son pólvora mojada, como quedó patente en la presentación de los Presupuestos de 2010. Aunque al final no quedó en más que una melancólica exposición de la recién estrenada subida de impuestos.
No es que fuera una sorpresa. Ya anunció el Gobierno que "pediría un pequeño esfuerzo a los ciudadanos". Pero existía una cierta expectación por saber de qué bolsillo nos iban a quitar el dinero. O de confirmarlo, porque era un secreto a voces. Lo dicho: sube el tipo general del IVA del 16% al 18% y el reducido del 7% al 8%; desaparece la deducción de 400 euros sobre el IRPF, ese obsequio electoral que tocaba a los asalariados más afortunados; y se incrementa el impuesto sobre las rentas del ahorro, antes al 18%, en dos tramos: uno al 19% y otro al 21%. También ha procurado dejar la puerta abierta a nuevas subidas de impuestos, que es una certeza de que seguirán por este camino. El Gobierno estima con esto recaudar 11.000 millones de euros más, que es algo menos que el incremento de gasto que supuso la nueva financiación autonómica concedida hace escasos meses. Algo así como el déficit que el Gobierno está generando cada mes.
Aunque fuera conocido, este varapalo impositivo a las clases medias no deja de causar estupor, tanto en lo económico como en lo político. En lo económico porque a nadie, además de a Zapatero, se le habría ocurrido subirles los impuestos a los ciudadanos en plena recesión. Cuando la gente está pasando penurias y la pobreza se va comiendo lo que antes era prosperidad, a nuestro gobernante se le ocurre transferir una buena parte de lo poco que tienen las clases medias a sus propias manos. ¿Ha evaluado el Gobierno el impacto de esta subida de impuestos? El aumento del IVA ahogará al ciudadano de a pie y hundirá el consumo más de lo que ya está. Muchas empresas tendrán que echar el cierre y muchos trabajadores perderán su empleo para que el Gobierno pueda seguir manteniendo su ritmo de gasto.
El aumento del impuesto a la renta del capital no sólo empobrecerá directamente a cualquiera que tenga algún ahorro, ya sea un plan de pensiones, un seguro de vida o su propia casa. También espantará a mucha inversión extranjera que se irá a otro país más fiable, empobreciendo el nuestro a medio plazo. Al final no habrá inversión, pero tampoco los ingresos impositivos que se recaudaban de ésta. Y es que hay otro factor que hay que tener en cuenta. Cuando se cambia el marco económico de forma arbitraria, como por ejemplo subiendo impuestos, se traslada una imagen de incertidumbre a todo aquél que quiera montar una empresa aquí, o realizar alguna inversión. Los riesgos aumentan, y por tanto los incentivos desaparecen. Así se destruye la riqueza que de otra manera podría filtrarse por los capilares de la sociedad, y que ahora va en busca de un lugar mejor.
Como decía, también es un gran error político. Con esta decisión el Gobierno ha pulverizado la doctrina socialdemócrata sobre la que decía apoyarse, rematando el proceso de demolición de su propia credibilidad. Keynes decía que había que subir impuestos en épocas de bonanza, y bajarlos cuando llegaban las vacas flacas. Zapatero ha decidido lo contrario: subir los impuestos mientras estamos en lo más hondo de la peor recesión en muchas décadas. Es una medida procíclica, es decir, que ahonda más en la caída libre de la economía. Pero es que además, pese a que ha repetido continuamente que iba a subir los impuestos a los perversos ricos, al final ha terminado basando su campaña recaudatoria en el IVA, que es el impuesto intocable para los socialdemócratas, ya que afecta a todos por igual. Y eso, qué duda cabe, le va a salir caro en las próximas elecciones.
La gestión económica de Zapatero ha hecho que a muchos antiguos incondicionales, socialistas de toda la vida, se les caiga la venda de los ojos. Este hombre nos lleva al desastre, me decía un amigo de los del puño en alto. Pero sobre todo entre la mayor parte de la gente, que no presta demasiada atención a la política porque ya tiene bastante con sus problemas del día a día, va calando la certeza de que así no se puede seguir. Que aquí no hay un plan ni un criterio, y que así no se llega a ninguna parte. La solución a la situación que se va materializando entre el hartazgo popular es la que una vez sugirió Churchill, con quien abría este artículo y con quien lo cierro: lo que este país realmente necesita son más políticos desempleados.