Dijo en una ocasión Abraham Lincoln que la demagogia es vestir ideas menores con palabras mayores. Lo más impactante de esta cita no es la facilidad para condensar conceptos en pocas palabras, sino el hecho de que su autor no hubiera conocido a Rodríguez Zapatero. Porque si hubiera estado presente cuando Zapatero comenzó a explicar la Ley de Economía Sostenible desde la tribuna del Congreso, sin duda la frase le habría salido sola. El presidente del Gobierno de España es de los que cuando tienen que comprar un regalo se gastan todo el dinero en el envoltorio. Es lo que ha hecho con la Ley de Economía Sostenible: anunció su nombre, la presentó por todo lo alto y luego resultó no tener contenido. Lo peor es que lo admite con todo descaro: "Estamos pidiendo ideas a los distintos ministerios y a los agentes sociales". El caso es que, el otro día en el Congreso, de esa chistera sólo salió humo.
Todo el mundo está de acuerdo con el titular, supongo. Necesitamos que la economía sea sostenible. Desde luego no es algo que se pueda lograr con una ley, ni desde los despachos burocráticos del Estado. Pero sí que se requiere un marco desde el que ciudadanos libres puedan crear riqueza y prosperidad. La gran duda que asalta a los ciudadanos es si un Gobierno que está ciego por su demagogia, que improvisa por no admitir sus errores y que fue el último en ver lo que se nos venía encima será capaz de hacer las reformas necesarias. Duda por decir algo, claro. Porque hasta al diario más afín al PSOE empieza a asumir lo que es una certeza: no habrá cirugía. Zapatero esperará a ser remolcado por otras potencias, aunque nos hunda en una economía insostenible. Son tres, en mi opinión, las reformas más inmediatas que el Gobierno debería afrontar, en lugar de seguir subvencionándonos las tiritas.
En primer lugar, no es sostenible mantener unas administraciones públicas que generan un déficit del 10% de la producción nacional, que es la mitad de lo que recaudan. Ese gasto ha de financiarse con deuda pública. Y es bueno tener presente que cuando el Estado tira de crédito, a las familias y empresas les queda menos. Ahora nos encontramos en la encrucijada que Zapatero no quiso ver, y es que para mantener el actual ritmo de gasto es necesario ahogar a impuestos a los ciudadanos, ahora que aprieta la crisis. Así se pierde eficiencia, baja el consumo, el ahorro y la inversión, y se eleva la tasa de paro. La única solución es adelgazar el Estado. Hasta que no se reduzca el gasto público de forma considerable, la economía española no podrá despegar.
En segundo lugar, es insostenible un mercado laboral que arroja la tasa de paro más alta del mundo desarrollado. El Gobierno, de momento, se muestra orgulloso de su mercado laboral. Les parece que no hay que tocarlo, que está bien como está. Pero eso implica que hay más de cuatro millones de personas que quieren trabajar pero que no pueden por meras decisiones políticas e ideológicas. Es necesario flexibilizar el mercado de trabajo, bajar impuestos, reducir los costes burocráticos a la contratación y levantar restricciones inútiles. Hasta que esto no se reforme, la situación laboral seguirá mostrando registros impropios de una país desarrollado.
En tercer lugar, también es insostenible el gran déficit de competitividad que, como señalan los informes recientemente publicados por el Foro de Davos y el Banco Mundial, hace de España un mal lugar para implantar empresas y contratar trabajadores. Ambos organismos coinciden en que a España le perjudica, además de su rígido mercado laboral, un marco institucional que constriñe el potencial económico, y un sistema financiero más débil de lo que aparentaba. Además, remarca la pérdida de competitividad que supone que crear una empresa sean tan costoso. Sólo Grecia queda peor parada en ese aspecto dentro de la OCDE, y eso debería preocupar a nuestros políticos.
En conclusión, España necesita una profunda reforma económica a corto plazo. Después tendrán que venir más cambios, pero éstos tres apremian. Es necesario dar aire a los ciudadanos recortando el gasto público, flexibilizar el mercado de trabajo y reformar aquellos aspectos que nos convierten en una economía poco competitiva. Hay que aparcar la demagogia y dejar de vender humo, siempre orientado a ganar votos. La economía no son cuestiones abstractas, ni lejanas a nuestro día a día, sino que marcan el funcionamiento de nuestras empresas y nuestras posibilidades como trabajadores. Definen nuestra actividad diaria, en definitiva. Es de lo que depende nuestra prosperidad, o nuestra pobreza. Y mientras sea un instrumento político, como con la Ley de Economía Sostenible de Zapatero, la economía española seguirá siendo insostenible. Habrá que seguir tirando de demagogia para salir del paso, vistiendo las ideas menores con palabras mayores.