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Juan Ramón Rallo

Nos vuelven a tomar el pelo y la cartera

Cualquier gobierno que no sea el de Argentina o el de Zimbabue es consciente de que si aumenta significativamente la tributación de las rentas del capital, éstas volarán y con ellas la inversión, el crédito y la prosperidad dentro del país.

Dice El País –que parece no haber roto tantos puentes con el PSOE como para dejar de ser su portavoz oficioso– que la subida de impuestos del Gobierno no afectará a las rentas del trabajo sino a las del capital, reflejando una vez más la "preocupaciones sociales" de que el coste de la crisis no recaiga en los trabajadores.

Hemos escalado en la demagogia del "que paguen los más ricos" a "que paguen los capitalistas" con la misma facilidad con la que escalamos la mentira desde el "bajar impuestos es de izquierdas", al "será una subida temporal y limitada" pasando por el "no tengo intención de subir impuestos".

Zapatero recurre al imaginario socialista para justificar sus disparates en todos los frentes. La contraposición de clases asalariadas con clases capitalistas no deja de ser un resorte populista que olvida que muchos trabajadores también son capitalistas sin necesidad de ser ricos. ¿O acaso todo aquel que percibe intereses, que cobra dividendos o que posee un paquete de acciones en este país aparece en la lista anual de Forbes? Más bien cabría sospechar lo contrario, ya que en 2007 16,3 millones de declarantes en el IRPF percibieron rentas del capital mobiliario; sólo quinientos mil menos, por cierto, de quienes las percibieron del trabajo.

Demagogia no menor, sin embargo, a la que denota la idea de que van a subirse los impuestos para reducir el déficit público y mantener las políticas sociales y de inversión pública. Más bien, habría que invertir los términos: van a mantenerse las falsas políticas sociales y las ruinosas inversiones públicas para que no se reduzca el déficit y haya un pretexto para subir impuestos.

Sólo así se entiende que Zapatero no haya anunciado ni un solo tijeretazo a las partidas de gasto más superfluas y, en cambio, anuncie un aumento de impuestos que no dará ni para sufragar lo que nos ha costado el propagandístico Plan E. ¿Adivinan cuál fue el año pasado la recaudación total en el IRPF procedente de las malvadas "rentas del capital"? Apenas 6.900 millones de euros. Con esta estrechísima base recaudatoria, ¿qué piensa hacer Zapatero para reducir un déficit público que rondará a finales de 2009 los 100.000 millones de euros?

Porque aún cuando duplique el gravamen de las rentas del capital, ese déficit seguirá ahí, hipotecando nuestro presente y nuestro futuro. Pero es que además, Zapatero sabe que no puede duplicar el gravamen de las rentas del capital. ¿Alguna vez se ha preguntado por qué el capital tributa al 18% y el tramo más bajo de las rentas del trabajo al 24%? Muy sencillo: los capitales son móviles y los trabajadores no demasiado. Cualquier gobierno que no sea el de Argentina o el de Zimbabue es consciente de que si aumenta significativamente la tributación de las rentas del capital, éstas volarán y con ellas la inversión, el crédito y la prosperidad dentro del país. ¿Entiende ahora por qué Zapatero quería eliminar los paraísos fiscales? En efecto, para que no fueran los refugios al infierno fiscal que quiere montar en nuestro país.

Nadie debería llevarse a engaño: si la noticia de El País se confirma, esto es, si Zapatero se ceba en las rentas del capital y no toca las del trabajo, esta reforma fiscal –y no las palabras de José Blanco– será el auténtico globo sonda de una futura revolución tributaria. Tarde o temprano Zapatero tendrá que reducir el gasto –medida que parece antropológicamente incompatible con su sectarismo– o subir los impuestos a los trabajadores. No hay más.

Lo lamentable de todo, no obstante, es que en apenas dos años Zapatero se ha terminado de cargar lo poco que seguía en pie de la economía española. Sí, habíamos sufrido la mayor burbuja inmobiliaria de Occidente; sí, nuestro sistema bancario no es el más sólido del mundo, sino que está en su mayor parte quebrado; sí, tenemos un mercado laboral más intervenido que el de Camerún; sí, padecemos una cleptocracia en todos los niveles de la administración; y sí, nuestro ritmo de ajuste ante la crisis no podía ser más lento. Pero, pese a todo, habríamos superado la crisis y probablemente en mejor forma de la que entramos.

Sin embargo, dos años después de sus primeros destellos, España es un país cada vez más empantanado en deudas e impuestos. Y todo gracias a un visionario socialista que se empeñó en forzarnos a gastar lo que no teníamos mientras se negaba a reformar cualquier aspecto de nuestro aparato productivo. Ahora es cuando comenzamos a pagar la factura de unos dispendios que no han servido para nada. Cuatro millones de parados, caída histórica del PIB y subidas de impuestos. Esos han sido los exitosos resultados del Plan E y demás tomaduras de pelo y cartera socialistas.

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