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José García Domínguez

Impuestos, mentiras y cintas de vídeo

En 1993, Suecia renació de las cenizas del modelo sueco: recorte radical de la carga fiscal sobre empresas e individuos, expeditiva eliminación simultánea del despilfarro estatal, liberalización absoluta del comercio, reforma del mercado de trabajo...

Como el famoso hijo pródigo de Turrones El Almendro, ése que siempre vuelve a casa por Navidad, hay un clásico de la demagogia panfletaria que también retorna, puntual, cada vez el PSOE da en apretar las tuercas fiscales a la clase que trabaja. Así, el anuncio oficial de las recaídas en la bulimia crónica del ogro filantrópico, aquí suele ir acompañado por la declamación de cierta gansada recurrente en boca de algún socialista ilustre. De hecho, trátase de un mantra que ya repetía Felipe González mientras Solchaga cometía la única política económica posible bajo su hégira. 

"No se pueden dar servicios de Suecia pagando impuestos de Marruecos", predicaba entonces el compadre de Slim, apuntando con el trabuco retórico a la cartera de la audiencia del Telediario. Y lo mismo nos ha venido a notificar, un cuarto de siglo después, ese fino intelectual que responde por Pedro Castro, el Gramsci de Getafe, en solemne deposición ante un redactor de El Economista. Fijación obsesiva la de la izquierda hispana con Suecia. Incierta fascinación en la que hasta a un psicoanalista avezado le costaría discernir entre la querencia por el célebre "modelo" y las secuelas inconscientes de la indigencia erótica de cierta progresía celtíbera, ya otoñal paradigma de un landismo à gauche que, como las meigas, haberlo haylo.

Y es que el mítico modelo sueco, al igual, por ejemplo, que la no menos legendaria nación catalana, sólo presenta un prosaico problema empírico, a saber, que no existe. Por algo, tras tambalearse al borde del precipicio ante la amenaza de quiebra del Estado, en 1993, Suecia renació de las cenizas del modelo sueco. Recorte radical de la carga fiscal sobre empresas e individuos, fulminante supresión del impuesto de sucesiones, expeditiva eliminación simultánea del despilfarro estatal, liberalización absoluta del comercio, reforma del mercado de trabajo, implantación del cheque escolar y de la libertad de elección de centros educativos, asunción del modelo chileno de pensiones vía capitalización privada del ahorro obligatorio, privatización de todas las farmacias estatales en septiembre de 2009...

Capitalismo, pues, en estado puro, aunque no tan duro a la vista de los envidiables indicadores macroeconómicos que hoy presenta el país. Al cabo, hay que ser tonto de los c... para no querer imitar a los suecos ¿O no, Castro?

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