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Emilio J. González

¡Qué difícil resulta creer a Zapatero!

No nos engañemos, a Zapatero le gusta el Estado más que a un niño un caramelo. Así es que, ¿por qué una vez asumido el coste político de subir los impuestos va luego a bajarlos?

Me cuesta mucho creer que las temidas subidas de impuestos que acaba de confirmar el presidente del Gobierno vayan a ser, como dice, "limitadas y temporales". Me cuesta creerlo porque, con el tiempo, uno aprende de la experiencia y porque hay razones políticas y económicas para pensar que el incremento de la presión fiscal va a ser más importante y duradero de lo que Zapatero nos dice. La verdad es que su declaración se parece a aquella tan famosa como desafortunada frase de Bush padre acerca de "lean mis labios, no voy a subir los impuestos" y poco después los incrementó. Pues esto huele a lo mismo.

A lo mejor me equivoco –¡ojalá!– pero cuando un presidente que negó la crisis por activa y por pasiva hasta que los datos eran incontestables, cuando después insistió una y otra vez en que iba a ser más corta y menos intensa de lo que preveían no sólo los expertos, sino también los organismos internacionales, no puede pedir ahora que los ciudadanos le otorguen un voto de confianza y se crean, efectivamente, sus palabras. Lo que ha dicho Zapatero tras el Consejo de Ministros, en última instancia, no es más que un intento de suavizar una medida tan impopular como discutida como es la subida de impuestos. Impopular porque además de que a nadie le gusta pagar más, viene como consecuencia de gobernar a base de ocurrencias y de tirar de chequera para resolverlo todo. Discutida porque para una economía como la española que depende tanto de la demanda interna para crecer y crear empleo, un incremento de la presión fiscal es justo la terapia contraria a la que precisa un país que pondrá el punto final a la recesión un año después que el resto de la Unión Europea y que cabalga desbocado hacia la ruptura de la barrera de los cinco millones de parados. Pero Zapatero, para quien todo es marketing, cree que con afirmar en público que el alza de impuestos será temporal y limitado basta para que todo el mundo se lo crea y nadie le pida cuentas por una gestión económica que, en el mejor de los casos, brilla por su ausencia y, en la mayoría, es nefasta por haber tomado las decisiones equivocadas.

Desde el punto de vista político, también me cuesta creer a Zapatero. Lo que nos ha demostrado el presidente del Gobierno, a la menor ocasión que ha tenido, y la crisis le ha brindado muchas, es que es un socialista a la antigua usanza, de aquellos que creen en el sector público y consideran que su papel tiene que ser mucho más importante que el actual, sobre todo como instrumento de redistribución de la riqueza. No nos engañemos, a Zapatero le gusta el Estado más que a un niño un caramelo y lo que nos está demostrando con su negativa a adoptar las reformas estructurales que necesita la economía española es que todo lo que tenga que ver con liberalización y con promover el papel del sector privado le produce verdadera alergia. Así es que, ¿por qué una vez asumido el coste político de subir los impuestos va luego a bajarlos?

La respuesta más obvia podría ser que para ganar las elecciones de 2012. Lo malo es que, para entonces, según la gran mayoría de los analistas, España no habrá conseguido situar el déficit público por debajo del 3% del PIB, tal y como el Gobierno se ha comprometido con la Unión Europea a hacer. Es decir, con la estrategia que ha elegido Zapatero seguirán necesitándose esos impuestos altos para no agrandar más el déficit ni agigantar el enorme volumen de endeudamiento público que está acumulando la economía española. Y como Zapatero nos ha sacado del círculo virtuoso para meternos de lleno en el vicioso, la economía, en el mejor de los casos, crecerá a ritmos muy bajos e incapaces de generar empleo, con lo que la recaudación fiscal tampoco se incrementará mucho porque no habrá actividad económica que la alimente. A ello hay que añadir, además, que en una situación de deflación como la actual –o la previsible de inflación muy baja en los próximos años a causa de la falta de pulso de la actividad productiva y de la imperiosa necesidad de recuperar competitividad– los impuestos tampoco crecerán mucho. Así es que, con toda probabilidad, Zapatero no podrá cumplir con su palabra, ni tan siquiera por motivos electoralistas. Y no podrá hacerlo porque, en última instancia, va a ser víctima de sí mismo. Podría bajar impuestos si reordenara y redujera el gasto de todas las Administraciones Públicas. Pero como no va a dar marcha atrás ni en el nuevo sistema de financiación autonómica ni en muchas de sus irreflexivas políticas de intervención pública, ya sea para salvar bancos, ya con fines sociales, no tendrá margen alguno para recortar impuestos.

Dicho todo lo anterior, ustedes entenderán perfectamente por qué no me creo lo que dice Zapatero acerca de la duración y limitación de las subidas de impuestos. Pocas cosas, en este caso, me gustarían más que equivocarme de pleno. Sin embargo, mucho me temo que no va a ser así porque, al final, como reza el dicho, la experiencia es la madre de la ciencia. ¡Qué difícil resulta creer a Zapatero!

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