El día que visité Wall Street por primera vez se anunció la quiebra de Lehman Brothers. Paseaba bajo la enorme bandera norteamericana que enmascara la bolsa de Nueva York con un diario vespertino bajo el brazo, no recuerdo cuál. Su portada titulaba a cinco columnas con un sonoro Crack. Frente a la fachada del edificio de la bolsa, una banda daba un pequeño concierto de jazz en un escenario improvisado. Era la moderna orquesta del Titanic, que tocaba algunos compases mientras comenzaba a entrar agua por el casco herido de la economía mundial. No me di cuenta de haber pisado el epicentro del mayor terremoto financiero de las últimas décadas hasta pasados unos meses, cuando aquella mecha encendida encontró en España material combustible suficiente.
Aquél fue el iceberg con el que chocamos, sí, pero hay barcos más resistentes que otros. España es un buque frágil y monta materiales poco flexibles. Aguanta peor los impactos que otros países, y por ello nuestra tasa de paro sólo puede compararse con la que presentan algunas economías subdesarrolladas. Pero la desgracia no queda ahí. Además, el gobierno de la nave no tiene interés en reparar los desperfectos y volver a tierra firme. Lo único que preocupa a quienes ocupan la cabina de mando es librarse de toda culpa y presentarse como heroicos salvadores de náufragos.
La estrategia del Gobierno ante la crisis se apoya sobre dos pilares fundamentales. En primer lugar, aparentar actividad evitando toda reforma. Todo lo que ha aprobado Rodríguez Zapatero son partidas de gastos arbitrarias con cargo a la deuda pública. Esto no sólo es ineficaz contra la crisis, sino que acapara el dinero disponible para préstamos, reduciendo el crédito para empresas y particulares. Es decir, que además de hipotecar nuestro futuro, retrasa el momento de la remontada económica.
El segundo pilar de la estrategia consiste en hacer un gran esfuerzo comunicativo a través de sus terminales mediáticas para tratar de que los votantes asocien la salida de la crisis con sus siglas políticas. Se lanzan constantemente mensajes anunciando la existencia de una luz al final del túnel. Como vigías desde su cofa, los comunicadores políticos señalan al frente, como mostrando tierra firme en el horizonte. El final de la crisis está al alcance de la mano.
Los mensajes políticos siempre van por un lado y la terca realidad por otro. La revista semanal The Economist publicaba esta semana una editorial acerca de la forma de la recuperación económica mundial. Pronosticaba una salida lenta, con varios años para volver a la prosperidad de antaño. En España, sin embargo, el final de la crisis está más borroso. Todo depende de lo que se tarde en poner en marcha las reformas necesarias, y no parece que vayan a darse prisa. El Gobierno espera que la economía española sea remolcada por otras potencias mundiales y empiece a producir de prestado.
Al final, de la crisis se saldrá. Se tardará más tiempo que en otros países, y se habrá sufrido mucho por el camino, pero la economía remontará. El Gobierno se atribuirá el mérito de la recuperación, por leve que ésta sea. Pero no habrá sido gracias a los políticos, sino a emprendedores que habrán arriesgado lo que tenían para reflotar la economía, y a ciudadanos que habrán trabajado duro para sobrevivir en una nave desarbolada, a la deriva. Ya digo, aún falta algún tiempo para llegar a puerto. La orquesta del Titanic, mientras tanto, seguirá tocando.