Era inevitable. La torpe política que se está aplicando en España para combatir la crisis, que tiene casi como único instrumento un fuerte incremento del gasto público en momentos de caída acelerada de la recaudación fiscal, tenía que producir un déficit público muy elevado; y éste implica necesariamente que, antes o después, el gobierno, suba los impuestos. Es un caso de manual, que no resultaba muy difícil de prever y, con respecto al cual, muchos economistas veníamos pidiendo responsabilidad al Gobierno desde hace tiempo. Pero las cosas han ocurrido, desgraciadamente, como temíamos. El alza de impuestos, negada hasta hace no mucho tiempo, ya ha sido anunciada por algún ministro. El problema ahora es ver qué tributos serán los elegidos para incrementar la recaudación.
Poca duda cabe de que el aumento de la presión fiscal se va a presentar en España como algo beneficioso para la mayor parte de la población, como una medida enmarcada en una política dirigida a mejorar la distribución de la renta, que sólo perjudicará a un número relativamente pequeño de personas: los ricos, naturalmente. No hay problema, por tanto. Se sube el IRPF a las "rentas más altas", con ello se paga el "gasto social" y así todos somos más felices y más progresistas... excepto, claro está, los ricos egoístas o algún economista vendido al oro de los potentados (como yo soy no rico, supongo que formo parte de este último grupo).
Falso, todo falso. La mayoría de la gente, como es lógico, sabe poco de impuestos. Por ello sería interesante recordar cuál ha sido a lo largo de la historia la evolución de los impuestos sobre la renta. El modelo fiscal de los años sesenta y setenta –que aún inspira en buena medida la tributación de nuestros días- hizo del impuesto sobre la renta el instrumento principal de la política fiscal. Y en este modelo se ha atribuido a estos tributos la misión de suministrar al Estado un porcentaje sustancial de los recursos necesarios para el cumplimiento de unas funciones de complejidad creciente; y, al mismo tiempo, de contribuir a una redistribución de la renta a favor de los grupos sociales de ingresos más bajos, e incluso de servir de estabilizadores automáticos de la coyuntura.
Muchos de estos principios, sin embargo, han entrado en crisis, ya que, con el paso del tiempo, el crecimiento del gasto público y la función redistribuidora del impuesto sobre la renta se han mostrado menos compatibles de lo que se supuso en un principio. En efecto, al aumentar de forma sustancial el gasto público, fue preciso ir reduciendo paulatinamente el nivel de ingresos a partir del cual una persona se convertía en contribuyente por este tributo. Dejó así de ser el impuesto sobre la renta un gravamen dirigido básicamente a las clases altas de la sociedad para convertirse en un tributo de carácter general; y las rentas del trabajo pasaron a constituir la principal fuente de los ingresos públicos por imposición personal.
No resulta difícil entender las razones de esta transformación. En primer lugar, por muy grande que pueda ser la desigualdad en la distribución de la renta, es imposible que los grupos de mayor nivel económico soporten los costes de un Estado que trata de cumplir un número muy elevado de funciones. Pero resulta, además, que los agentes económicos no siempre aceptan bien niveles muy altos de presión fiscal y reaccionan bien reduciendo la actividad productiva, bien desplazándola hacia jurisdicciones con menores impuestos. Y se da la circunstancia –bien conocida por los economistas, al menos desde Adam Smith– de que no es la misma la movilidad de todos los factores de producción y que el capital tiene muchas más facilidades que el trabajo para escapar de una tributación elevada.
Todos sabemos, por tanto –y el Gobierno también, desde luego– que no es verdad que sólo los ricos vayan a pagar más impuestos. Lo cierto es que usted, lector, su prima Benita, el comerciante de la esquina y yo mismo soportaremos las nuevas cargas tributarias que el gobierno quiere crear. Eso sí, seremos contribuyentes progresistas. Pero me pregunta un vecino sin conciencia social: ¿no recuerda usted que estos señores nos decían que bajar impuestos es de izquierdas? No pregunte, le contesto. Los escépticos reaccionarios no caben en la España de Zapatero.