Si yo fuera miembro del equipo económico del Gobierno ahora estaría que no me llegaría el cuello a la camisa pensando en que nos pueden echar del euro, como acaban de advertir tanto Xavier Sala-i-Martin como la revista Forbes. Porque quienes alertan de esa posibilidad no son, precisamente, unos cualquiera y las consecuencias de que llegara a materializarse semejante posibilidad, algo que ni mucho menos es descartable, serían catastróficas para la economía española.
Uno puede pasar por alto lo que dice la prestigiosa revista económica estadounidense, si bien tampoco hay que tomársela a la ligera porque es leída en todos los centros de decisión económicos, empresariales y financieros más importantes del mundo y, por tanto, contribuye a formar la imagen que puedan tener de la España de Zapatero. Pero lo de Sala-i-Martin es otra cosa, no porque sea un economista muy popular, ni porque sea profesor de la prestigiosa Universidad de Columbia, en Nueva York; ni porque sea uno de los académicos españoles de más prestigio e influencia allende nuestras fronteras, sino porque entre las investigaciones que han llevado a Sala-i-Martin a alcanzar semejante prestigio hay varias muy importantes sobre los problemas en las uniones económicas. Vamos, que sabe muy bien de lo que habla cuando dice que nos pueden echar del euro.
Ante semejantes comentarios, otro Gobierno que no fuera el de Zapatero en seguida trataría de enderezar el rumbo de la situación económica española. Claro que también es cierto que un Ejecutivo distinto muy probablemente jamás hubiera llevado a nuestro país al tremendo desastre socioeconómico al que nos están llevando estos socialistas. Pero como estamos ante el Gobierno que estamos, aquí nadie reacciona.
El Ejecutivo se cree que basta con decir que en 2012 habremos reconducido el déficit público, parte de nuestro gran problema para seguir siendo miembros del euro, a niveles inferiores al 3% del PIB para que esto se cumpla. Y que, mientras tanto, es bastante con señalar, como acaba de hacer el vicepresidente tercero del Gobierno, Manuel Chaves, que la crisis prácticamente ha tocado fondo pero que aún nos esperan meses muy duros de destrucción de empleo y aumento del paro, sin decir ni hacer nada al respecto. Mientras, la vicepresidenta económica, Elena Salgado, a la que más le deberían importar todas estas cuestiones, guarda un sepulcral silencio. Pero no, no basta, porque la que puede caer aquí si nos echan a patadas del euro es monumental.
Lo primero que tendría lugar es una huida masiva de inversores, que hundiría nuestra moneda post-euro, lo cual dificultaría enormemente el conseguir financiación tanto para el déficit público como para la economía privada. Eso implica fuertes subidas de los tipos de interés y una crisis económica tan profunda como prolongada, con cifras de paro aún más elevadas que las que ya estamos conociendo. Pero, además, para un país con una dependencia energética del exterior tan importante como la española, tener una divisa tan débil como sería nuestra moneda significaría un encarecimiento adicional de un petróleo cuya tendencia a medio y largo plazo es a que siga apreciándose. Por supuesto, con semejante panorama tendríamos que olvidarnos de contar en el futuro con unas pensiones dignas porque el déficit al que llegaría la Seguridad Social, así como la imposibilidad de aportar recursos adicionales a través de los presupuestos, obligarían tanto a subir las cotizaciones sociales como a recortar la pensión.
Lo más triste de todo este asunto es que, gracias a los estudiosos de la economía, se sabe perfectamente qué es lo que puede ocurrir y, sin embargo, Zapatero y los suyos siguen empeñados en no rectificar, en gobernar a golpe de ocurrencia, si bien esta estrategia ya puede tener los días contados puesto que CiU acaba de advertirles que si suben los impuestos a los que más ganan, como sugirió José Blanco recientemente, ya se pueden olvidar de su apoyo a los presupuestos. Algo que tiene su importancia porque los senadoresconvergentes, sumados a los del PP, pueden hacer mucho daño al Gobierno cuando los presupuestos, o cualquier otra medida, pasen por la Cámara Alta. ¿Qué va a hacer Zapatero ante semejante panorama? Como siempre, seguro que ni él mismo lo sabe. Ese es el drama.