Un somatén de periodistas de provincias con ganas de joda y de viaje oficial por Japón (por cierto acompañados por el escritor Fernando Sánchez-Dragó) hace unos pocos años, nos divertíamos muchísimo muy a nuestro sabor viendo cómo en aquel país de pleno empleo técnico para cada cosa por sencilla que fuera tenían contratados a tres tíos: uno para que se ocupara de la cosa, el otro para que se la discutiera y el tercero para hacer reverencias a los clientes en el entretanto.
"Estos tíos están todo el día en el trabajo, pero eso no quiere decir que estén trabajando dado que el departamento de recursos humanos en este país está claramente desbordado y sobra gente en los puestos por todos lados", argumentábamos, con una cierta superioridad occidental en venganza, dicho sea al paso, por la manía japonesa de no dejar entrar a los "gaiyines", o sea, nosotros, en los bares de japoneses, los únicos apetecibles. Te redireccionaban a los antros más o menos colombianos "porque como aquí no hablamos inglés no podríamos atenderlos como ustedes se merecen" (aunque aquello más bien nos olía a una finísima, considerada e incluso agradecible xenofobia). Quién nos iba a decir a los alegres compadres de la prensa hispánica, orgullosos entonces de la economía que había dejado Aznar, que los recursos humanos en España se iban a japonizar con la excusa de la crisis y gracias al Gobierno de Rodríguez Zapatero.
La única diferencia es que en lugar del pleno empleo técnico de un Japón que lleva desde los ochenta en endémica crisis, aquí vamos al paso de la oca hacia el pleno desempleo técnico, con cobertura total a la desgana no sea que a alguien se le ocurra trabajar o sufrir una recaída en alguna iniciativa privada. El poder en España busca precisamente eso, sin disimulo de ninguna clase: lo último ha sido lo de abonar 420 euros a los parados por los días no trabajados, anticipo de una paga vitalicia por trabajar profesionalmente en el paro (como pidió hace unos meses una asociación catalana de desempleados) hasta una jubilación se presume que no muy anticipada.
Ahora aquí también hay, como nos reíamos en Japón, tres tíos para cada cosa: uno para cobrar lo que le corresponde de paro, el otro para cobrar lo que no le corresponde (los 420 euros) y el otro para dar cabezazos y taconazos ante el poder omnímodo de la casta política (compuesta por socialistas de todos los partidos), a ver lo que le toca, que siempre toca, como decía de la tómbola del Gobierno, Durán i Lleida, "si no un pito, una pelota". O un pelota.