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Gabriel Calzada

Luz en medio de la crisis

La confianza de los españoles en su Gobierno y en su capacidad para sacarnos de la situación ha bajado hasta el 3,8 en una escala del 1 al 10 y sería fantástico que no subiera nunca de ahí estuviera quien estuviera en La Moncloa.

Las crisis no son momentos para jolgorios, despilfarros ni grandes alegrías. Sin embargo, en todas las crisis surgen grandes oportunidades y, en general, cambios de actitud que ayudan a la recuperación económica. A la actual recesión podemos verle el lado bueno a poco observemos.

Desde que los índices bursátiles empezaron a desplomarse han ido surgiendo grandes oportunidades de invertir los ahorros de quienes no siguieron a la masa manirrota. Así es como se han hecho la mayoría de las grandes fortunas: ahorrando en los años locos de burbujas y gasto desmedido e invirtiendo cuando los valores caen alocadamente ante la retirada de quienes están endeudados hasta las cejas. No es que todas las familias puedan hacer fortunas en las crisis pero sí pueden aprovechar para aumentar el patrimonio familiar.

Otra buena noticia de la crisis es la pérdida de confianza de la población en los políticos. Durante los años de crecimiento artificial, los gobernantes se empeñan en proclamar que el crecimiento se produce gracias a su política y cuando el castillo de naipes se desploma, la ciudadanía tiende a pensar que sus políticos no sabían lo que hacían cuando crecíamos y mucho menos pueden saber cuál es la solución a la crisis. Esta sana desconfianza en los gobernantes es quizá la más importante de las consecuencias que estamos experimentando en España a raíz de la recesión económica. Es posible que una vez llegue la recuperación, la idolatría del político vuelva a ser la tónica general pero por ahora la confianza de los españoles en su Gobierno y en su capacidad para sacarnos de la situación ha bajado hasta el 3,8 en una escala del 1 al 10 y sería fantástico que no subiera nunca de ahí estuviera quien estuviera en La Moncloa.

Otro efecto positivo provocado por la mala situación económica es el cambio de actitud de los españoles respecto al consumo y al ahorro. Mientras los políticos no paran de lanzar proclamas incitando a la ciudadanía a consumir y a gastar en lo que sea, la mayoría de los españoles se ha apretado el cinturón y ha rehecho sus cuentas para adaptarlas a la situación y sentar una sólida base sobre la que poder prosperar. Desafortunadamente, los políticos, descontentos con esta desobediente actitud de la ciudadanía, se han lanzado a gastar todo lo que han podido sacarnos a través de los impuestos. No contentos con el lavado de coco y el gasto de tantos impuestos como han podido arrebatarnos, han gastado el dinero de nuestros hijos y nietos a través de un escandaloso déficit público.

En EEUU, el Gobierno de Barack Obama no ha tenido tiempo de derrochar más que un 14% de sus faraónicos planes de gasto cuando la recuperación les ha cogido por sorpresa. Y es que allí el cambio de actitud de la ciudadanía (gastando menos y ahorrando más), la rapidez de la justicia a la hora de liquidar proyectos en quiebra (en comparación con la paralítica justicia española) y la rápida corrección de los precios y los salarios (en mercados mucho más libres y dinámicos que los españoles) han permitido que los ciudadanos estadounidenses aprovecharan la crisis para purgar gran parte de los errores del pasado que les condujeron a su recesión.

Ojalá en España hubiésemos contado con un Gobierno que hablara mucho y no hiciera nada para permitirnos buscar una rápida salida a la crisis. Solbes abogó por esa opción y por eso fue decapitado. Quizá el desplome de la confianza en el Gobierno termine abriendo la puerta a la paralización de los planes manirrotos de Zapatero y otorgando el papel protagonista de la crisis al frugal cambio de actitud de los españoles.

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