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José Antonio Martínez-Abarca

Empleadores escarmentados

En España lo que tienen los empresarios no son empleados, sino inquilinos.

Según se sabe ahora, el Plan E mantiene a casi medio millón de personas entretenidas. Medio millón más de parafuncionarios en ejercicio. Son artificiales empleos estacionales, temporeros o interinos en ayuntamientos en quiebra. Lo malo va a ser desacostumbrar a toda esa gente del Plan E, a lo bueno de no tener que justificar su trabajo y menos su sueldo, porque son currelos por razones de Estado. Cuando la inutilidad de la derrama llegue a su máximo nivel de ociosidad y se terminen por consunción natural esos "empleos", entonces serán las abuelas mías, porque las madres mías hace tiempo que se escuchan, quienes pongan el grito en el cielo por tener a todos los miembros de su familia en paro.

Se espera un otoño azuleante de tan negro, porque por si quedaba alguna duda sobre de qué vamos a vivir, el presidente del Gobierno se ha encargado de amenazar al que se le ocurra crear algún empleo que no sea dependiente del presupuesto público. Si ya había pocas ganas de probar a hacer algo útil con la iniciativa privada en España sin haber escarmentado del todo, después que Zapatero haya prometido visitar en el exilio (tras un juicio sumario por Alta Traición) al pobre Díaz Ferrán, el presidente de los empresarios grandes, medianos y pequeños, aquí no hay valiente que por propia mano se atreva a no pedirle permiso al Gobierno para mover un lápiz de sitio.

No es sólo que se vayan a perder más empleos en otoño, sino que nunca se ganarán otros no "engrasados" con presupuesto, porque los empleos libres nacerán con el estigma de seguir los dictados de la oposición. Si los empresarios españoles, es verdad, ya arrastraban cierta fama de acercarse al poder para buscar subvenciones y de crear empresas para tratar de vivir de las ayudas, ahora no tendrán de qué preocuparse porque todo queda en casa: las subvenciones y las cercanías políticas las concede graciosamente el empresario de referencia, que es el propio Gobierno. Crear empleo sin ser el Gobierno o al menos sin ser sindicato de clase (aunque los sindicatos no fabrican empleo, sino al revés, te liberan de él) es sospechoso; y eso cuando no eres directamente un espía doble que trabajas para los malos.

En España lo que tienen los empresarios no son empleados, sino inquilinos. A mí me han logrado echar de muchas empresas, pero sólo porque nunca he estado dentro. El Gobierno pretende que un contrato sea como un herpes labial o una conjuntivitis crónica: que aunque el empleado no aparezca, su empleo, considerado como una afección o un mal, pueda atemperarse pero nunca termine de desaparecer. El mercado de trabajo español considerado como algo que no mata directamente pero sin cura.

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