El ministro de Industria, Miguel Sebastián, acaba de hablar a favor de la energía nuclear. Está muy bien que un miembro del Gobierno se pronuncie en este sentido, y mucho más si se trata del responsable de la cartera ministerial de la que depende el sector energético. Lo malo es que las palabras de Sebastián puede que ya lleguen tarde.
Resulta llamativo que a estas alturas Sebastián abogue por la energía nuclear, cuando Zapatero ya ha decidido el cierre de la central de Santa María de Garoña por un mero capricho ideológico y sin atender a más razón que la de sus deseos y su visión política. Es llamativo que lo haga también cuando ZP ha puesto toda la maquinaria a su servicio –la del Gobierno y la del partido– para respaldar una decisión que no encuentra justificación lógica alguna, se mire como se mire. Y es llamativo también que semejante pronunciamiento tenga lugar cuando el presidente del Gobierno ya ha sentado el principio de cerrar todas las centrales nucleares a medida que llegue el final de su vida útil, sin concederles la más mínima prórroga y pretendiendo hacerlo a través de una ley que impida en el futuro dar marcha atrás a sus decisiones. Y la pregunta es por qué Sebastián ahora se descuelga con lo que debió decir en su momento en lugar de permanecer callado.
No constituye sorpresa alguna que Sebastián hable a favor de las nucleares. De hecho, en todo el triste asunto de Garoña él era de los ministros que estaba a favor de extender su vida útil por otros diez años, tal y como recomendaba el Consejo de Seguridad Nuclear. Sin embargo, en ese momento decidió permanecer en silencio y no se atrevió a dar la batalla y llevarle la contraria a Zapatero, cuando es lo que debería haber hecho en razón a sus ideas y al sector al que representa en el Consejo de Ministros, y así pasó lo que pasó. Por ello, y desde este punto de vista, ya puede decir el ministro lo que quiera ahora que el daño ya está hecho y no tendrá arreglo mientras ZP siga siendo el inquilino de La Moncloa.
Otra cosa es de cara al futuro. De aquí a 2012 el Gobierno tiene que decidir si renueva o no la licencia de la práctica totalidad del parque nuclear español. Si Zapatero sigue en sus trece, la decisión del Ejecutivo para cada caso ya se conoce y será la misma que se ha aplicado Garoña. Actuar de esta forma, sin embargo, sería una irresponsabilidad porque el cierre de las nucleares conlleva un precio más caro de la electricidad que consumimos, un aumento de la dependencia energética del exterior y una disminución de las posibilidades de reducir las emisiones de dióxido de carbono. Desde esta perspectiva, si las palabras de Sebastián son honestas, y no una simple declaración de cara a la galería, deben ser bien acogidas.
Ahora bien, el futuro necesita algo más que palabras si Sebastián ha sido, efectivamente, sincero y realmente pretende que en España sigan existiendo las nucleares. Hacen falta hechos porque para poder prolongar la vida de las centrales, sus propietarios tienen que llevar a cabo fuertes inversiones que nunca acometerán mientras no tengan claro y garantizado que lo sucedido con Garoña no se volverá a repetir, que ese dinero que destinen a modernizar las plantas nucleares no será arrojado a un pozo sin fondo porque ZP volverá a hacer de las suyas. Eso es algo que debe quedar muy claro, y lo antes posible porque la materialización de dichas inversiones lleva su tiempo. En caso contrario, dudo mucho que las centrales se modernicen y puedan tener el estado adecuado que permita la ampliación de su vida útil.
En este sentido, Sebastián debería empezar por clarificar el verdadero alcance de sus palabras; si se trata de un mero deseo o si, por el contrario, estamos ante un cambio de actitud fruto de una convicción firme acerca de que el futuro de la economía española pasa necesariamente por la energía nuclear. De estar en el primer caso, lo mejor sería, entonces, que el ministro se callase. Si, por el contrario, se trata del segundo, Sebastián debe empezar a acompañar sus palabras con hechos, por ejemplo, impidiendo que esa ley para que nadie desate lo que Zapatero quiere dejar bien atado en el ámbito nuclear, no llegue a ver la luz con semejante contenido. En cierto modo, esta es la prueba de fuego a la que se enfrenta el titular de Industria. Si lo consigue, puede que las eléctricas empiecen a creer que, efectivamente, va a haber prórroga para la energía atómica. Si fracasa en el empeño, entonces no habrá nada que hacer.
Si Sebastián opta por actuar en consonancia con sus palabras, no lo va a tener fácil. Tendrá que convencer a Zapatero no sólo de que se desdiga, porque eso es lo más sencillo para un político, sino de que la energía nuclear es estratégicamente muy importante y que hay que respaldarla al máximo. Por desgracia, dudo mucho que lo fuera a conseguir porque lo que mueve a ZP son tanto convicciones ideológicas profundas, aunque trasnochadas, como intereses electorales que buscan allegar para los socialistas el respaldo de aquellos grupos a los que les importa un solo tema a la hora de votar, ya sea el aborto, ya el ecologismo, ya cualquier otro. Por ello, y por desgracia, las posibilidades de triunfo de la tesis de Sebastián son pocas y menos aún si cuando llegue la hora de la verdad el ministro duda en entablar una batalla que podría tener pedida antes de iniciarse y costarle el puesto. Así es que o pasa de las palabras a los hechos, o mejor que no diga nada.