El presidente del Gobierno se ha empeñado en que los españoles nos enteremos de verdad de lo que significa el socialismo y, desde luego, lo va a conseguir, si bien de una forma muy distinta y con resultados muy diferentes a los que se imagina. Zapatero se ha obcecado en que en esta crisis tiene que ser el campeón de lo social y en pretender demostrar que todo se puede resolver a base de tirar de la chequera del Estado y no se da cuenta de que, con ello, está plantando la semilla de problemas aún más graves si cabe que los que ya padecen la economía y la sociedad española.
Lejos de actuar con la ortodoxia que requieren las circunstancias, ZP ha querido ver en la actual crisis una oportunidad sin igual para poner en marcha su visión arcaica del socialismo, desoyendo las enseñanzas de décadas y décadas de política económica, y se ha embarcado en una orgía de gasto pensando que está respaldado poco menos que por recursos ilimitados. Así, en tan sólo seis meses ha creado en las cuentas del Estado un agujero de cerca de 40.000 millones de euros, ni más ni menos. Y como los mercados no han reaccionado hundiendo al bono español y disparando los tipos de interés –y, con ello, el diferencial de tipos con Alemania– Zapatero se cree que tiene algo así como patente de corso para campar a sus anchas por los dineros públicos. El problema es que aquí hay trampa, por decirlo de alguna manera. Y la trampa es muy sencilla. ¿Se acuerdan ustedes de que hace algunos meses se hablaba de invertir en acciones los recursos del fondo de reserva de la Seguridad Social? ¿Qué pasó de aquello? Pues muy sencillo, que el Gobierno se ha dedicado a emplear ese dinero en financiar sus excesos presupuestarios y, en lugar de haberse colocado en el mercado de valores, se ha destinado a comprar buena parte de las cantidades ingentes de deuda pública que tiene que emitir el Estado para financiar un desequilibrio en sus cuentas sin parangón y que, desde luego, no se puede imputar en gran medida a la crisis económica, sino a las decisiones de un presidente que apuesta por lo que apuesta, sin querer saber nada acerca del coste de sus ocurrencias. De esta forma, los mercados todavía no han percibido los mensajes acerca de cuán deteriorada está la situación financiera de nuestro país.
Lo malo es que esos recursos del fondo de reserva de la Seguridad Social son finitos y, además, al paso que van las cosas en materia de empleo, pronto van a empezar a ser necesarios para cubrir el déficit del sistema público de pensiones. Entonces será cuando al Gobierno no le quedará más remedio que acudir en masa a los mercados en busca de financiación y ahí vendrá el problema. Porque lo que va a acabar por suceder, no sé si este año o el próximo, es que los inversores van a hundir el precio de los bonos españoles y van a disparar los tipos de interés de la deuda pública hispana. Pero, además, las agencias de calificación van a revisar una y otra vez a la baja la calificación crediticia del Reino de España y, como la deuda soberana es siempre la que tiene una nota más alta, también la de las empresas de nuestro país, con lo cual tendremos servida la crisis financiera. Y si alguien cree que exagero, no tiene más que recordar lo que sucedió durante la crisis de 1992-94 cuando, de la noche a la mañana, los inversores dejaron de confiar en España, el precio de la deuda se disparó y el tipo de interés del bono a diez años llegó a tocar, incluso, el 15%. ¿Quién dice que no puede volver a ocurrir semejante desastre, sobre todo cuando la situación económica ahora está mucho más deteriorada y el Gobierno, un día sí y otro también, da muestras patentes o bien de su debilidad política, o bien de lo equivocado de sus pretensiones?
Zapatero, con sus ideas acerca de cómo gestionar la crisis, no hace más que autoalimentarla, que poner las cosas todavía peor de lo que están, que ya están bastante mal. Y no tiene excusa ni justificación, porque hay opciones distintas acerca de cómo lidiar con la que está cayendo. Por ejemplo, la reforma laboral que propuso la CEOE o una política de contención del gasto que permita bajar impuestos y, desde luego y ante todo, que no dé lugar a las situaciones de morosidad de las administraciones públicas que tantas vidas de empresas y tantos puestos de trabajo se están cobrando. Por desgracia, esto no entra en el guión de ZP, como ya se encargó de demostrar la semana pasada con los ataques tan furibundos como injustificados que lanzó contra la patronal por el mero hecho de que los empresarios, que tanto se juegan en esta crisis, no están dispuestos a formar parte del grupo de corifeos que cantan tantas alabanzas a las ocurrencias sociales de nuestro ZP.
A Zapatero, sin embargo, le va a salir el tiro por la culata. En esta vida todo se paga, sobre todo las deudas y el presidente está cargando de tantas a las arcas del Estado que, a no mucho tardar, ya no va a haber margen para nada. Entonces vendrá el parón en seco del gasto público, volviendo a hundir nuevamente a la economía, disparando otra vez las cifras de paro y todo ello aderezado con unos tipos de interés y una desconfianza sobre nuestro país que van a poner la salida de la recesión más empinada que las cuestas del Alpé d’Huez. Esas son las semillas que ZP está plantando ahora y que no van a tardar mucho en dar sus nefastos frutos.