Escribió en Público Isaac Rosa que una vez encarcelado Madoff "atrás quedó la etapa más negra de la historia del capitalismo y pronto podremos volver a comprar productos financieros sin miedo". José María Izquierdo afirmó en El País que la crisis económica se debió a la política de "dejar hacer al mercado del ladrillo o al financiero". Mario Conde en El Mundo despotricó contra "el capitalismo en su versión más salvaje" y concluyó: "veo un nuevo sistema financiero, veo una sociedad que se va a fijar más en la estructura social de la convivencia y no en la acumulación por la acumulación". Son tres disparates encadenados.
Pensar que el problema de los productos financieros se circunscribe a los estafadores es ignorar cómo funcionan las finanzas, organizadas desde monopolios públicos que permiten el privilegio de la reserva fraccionaria, que desvincula ahorro e inversión y fomenta el inflado de las burbujas que generan las crisis. Don Isaac, tengo malas noticias: aunque Madoff no hubiese existido, aunque todos los financieros fueran santos de toda santidad, la crisis se habría producido igual. Y la próxima se producirá igual, o sea que no vaya por ahí aconsejando que la gente compre productos financieros sin miedo.
Si echarle la culpa de la crisis al mercado es un grave error, resulta aún más absurdo en los casos señalados por el señor Izquierdo. En efecto, si algo caracteriza a la construcción y a las finanzas es precisamente la enorme intervención pública que padecen.
Y si alguien debería saber que las autoridades intervienen muchísimo en la banca, ese alguien es Mario Conde. Parece que lo ha olvidado. Por desgracia, repite los tópicos más arraigados del intervencionismo, a saber, que la gente no debe ser libre porque cae irresponsablemente en el capitalismo "salvaje" o se precipita irracionalmente en "la acumulación por acumulación". No sé de dónde habrá sacado don Mario la idea de que la gente es así, pero nada conviene más que esas ficciones paternalistas a quienes siempre están dispuestos a quitarnos la libertad y el dinero. Por nuestro bien, claro.