Las palabras que dirigió Zapatero al presidente de la CEOE, antiguo amigote del presidente a la hora de ocultar problemas decisivos de la sociedad española, pone en evidencia el verdadero talante del presidente del Gobierno. "Yo soy el presidente, que no se te olvide", fue la sentencia de Zapatero a Díaz Ferrán. He ahí el verdadero rostro de alguien que no quiere pacto, negociación, sino imposición. Seguir haciendo y deshaciendo a su antojo y sin otra pretensión que arrastrar al "aplauso" forzado a los otros agentes políticos y sociales. Si esto no es una línea política, como siguen insistiendo los críticos de Zapatero, entonces nadie entenderá a qué juega Zapatero.
El juego es, sin embargo, sencillo y terrible para un supuesto sistema democrático. Aquí no hay otra política que la mía, viene a concluir Zapatero. Punto. Pero son muchos los analistas políticos, a pesar de esa contundencia cruel en las posiciones de Zapatero, que confunden sus deseos con la realidad a la hora de referirse a este político socialista. Así, los más ingenuos desprecian y anatematizan a Zapatero porque, según ellos, carece de política, entendiendo por tal el debate, primero, y el consenso final con otras fuerzas políticas y sociales. Pero, por desgracia, eso no es política para Zapatero. Desde que llegó al poder dejó claro que, en España, se haría sólo lo que dictara su propia voluntad y, además, únicamente contaría con las otras fuerzas para hacerse la foto. Excepto él, todos serían comparsas.
Gobernaría "seduciendo" y sin arriesgar que nadie le diera una negativa. Tanto la retórica como la acción del gobierno quedarían reducidas a un espectáculo visual y pirotécnico, o sea unas imágenes o fotos, que sustituyeran cualquier tipo de enfrentamiento y discusión. Mercadotecnia, populismo barato y pintar mundos felices han sido las principales tareas de este gobierno. Se trataba de romper cualquier idea de conflicto y, por supuesto, de consenso entre las fuerzas políticas para presentarse como alguien que está por encima de todo ese esfuerzo de razones y diálogos, de propuestas y contrapropuestas. El asunto fundamental para los gobiernos de Zapatero era, reitero, presentarse por encima del bien y del mal.
No era necesaria una política de pactos, como nos enseñara la Transición política. Se trataba de imponerlo todo, pero presentarlo como si fuera pactado. Un imposible. Aunque menester es reconocer que muchas leyes –por ejemplo, la de matrimonios homosexuales, imposición de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, etcétera– han sido aprobadas como si todos los grupos políticos y, sobre todo, toda la sociedad estuvieran comprometidos con el Gobierno. Ahí residía el engaño, la "política" de Zapatero, en hacer pasar por consenso lo que no era sino imposición. Naturalmente, el "Parlamento mediático", o sea el manejo de todos los medios de comunicación, era, es y seguirá siendo fundamental para vender este viejo "peronismo" como si se tratará de una cultura de "pacto" y "consenso".
Cabe, sin embargo, preguntar: ¿Por qué en el caso del posible pacto con la patronal ha exagerado Zapatero la ruptura y el enfrentamiento, en vez de seguir vendiendo la viabilidad de un acuerdo? Sencillamente, porque ahora, cuando nadie ve salida a esta crisis que él cada día acentúa, le sale más rentable electoralmente acusar a la patronal de insolidaridad, o peor, de culpabilidad. En fin, como alguna vez un lector de esta columna me ha apuntado, Zapatero es un peronista en estado puro. "Si Zapatero fuera argentino, dice mi informante, habría que encuadrarlo en el sector más extremista y violento del peronismo: el sector mafioso-sindical."