Lo de este Gobierno en materia laboral no tiene nombre. No sólo se niega a llevar a cabo la necesaria reforma del mercado de trabajo para detener la sangría del paro, empezar a crear empleo y, de esta manera, dirigir a la economía española hacia la senda de la recuperación, sino que pretende que todo el mundo dé su beneplácito a una estrategia dirigida a fomentar la imagen del presidente mediante su deseada foto con los agentes sociales para dar la sensación de que Zapatero hace algo, cuando la realidad es justo la contraria. Y, encima, si alguien se niega a participar en tan insensato juego, enseguida comienzan las amenazas y se le utiliza de chivo expiatorio de un fracaso cuyo único responsable es el propio Ejecutivo. Es lo que está pasando en estos momentos con el diálogo social, tras el fiasco de la reunión del miércoles y la nueva propuesta que ha presentado la patronal CEOE.
Aún así, y por mucho que los socialistas y los sindicatos demonicen y amenacen a la CEOE, la patronal tiene toda la razón del mundo en negarse a ser utilizada como parte del juego de propaganda de unos y otros, a limitarse a aparecer en una fotografía inútil cuyo único fin es dar satisfacción personal a Zapatero: por mucho que el presidente pudiera conseguir su ansiada instantánea, el problema del paro no se resuelve a golpe de posados, sino con medidas reales y efectivas, esas que ni ZP quiere adoptar ni las centrales sindicales quieren que se tomen.
Por desgracia, lo cierto es que desde el primer momento en que se empezó a hablar de diálogo social, el único fin que perseguía Zapatero con el mismo era conseguir esa fotografía. Y como la CEOE no entraba en razón, por muchos mensajes que enviaba el Gobierno acerca de que la crisis no la iban a pagar los de siempre –que, por cierto, son en buena medida los que la están sufriendo– y acerca de que no se iba a dar marcha atrás en las políticas sociales, sino todo lo contrario, pues vinieron las tristemente famosas ‘líneas rojas’ cuyo único fin no era otro que el pretender encajonar a los empresarios en la senda a seguir. Aquí no había que hablar de abaratamiento del despido, ni de flexibilización de los mecanismos de negociación colectiva, ni nada por el estilo. Aquí lo que había que hacer era sumarse al aplauso a un Gobierno que, al apostar nada más que por estrategias de imagen, se ha convertido en rehén de su temor a que los sindicatos le destrocen su política de marketing con una huelga general.
Los empresarios, sin embargo, se han negado en rotundo a secundar los planes propagandistas de Zapatero, con toda la razón, porque la realidad de la crisis no está para juegos sino para adoptar medidas y decisiones que llevan aplazándose mucho tiempo. Los empresarios saben muy bien qué es lo que hay que hacer, porque son ellos los que en realidad crean empleo y bienestar y quienes perciben en la dura realidad diaria a la que se enfrentan sus compañías que sin una reforma laboral no sólo no vamos a ninguna parte sino que la continuidad de muchas empresas seguirá en peligro. Porque, no lo olvidemos, este es un país de pymes, no de grandes corporaciones, y son las pymes las que ven su viabilidad en entredicho en esta crisis a causa, entre otras razones, de un marco laboral que juega abiertamente en su contra. Estas compañías, que suponen el 90% del tejido empresarial español y generan el 95% del empleo, necesitan mecanismos flexibles para poder adaptarse a la crisis y sobrevivir a la misma, sobre todo a la hora de reducir costes. El principal de ellos es el laboral. De la misma forma, precisan también de flexibilidad a la hora de contratar, porque nadie se atreverá a hacerlo si después, por las circunstancias de la economía, se ve obligada a prescindir de esos trabajadores y ello les cuesta un ojo de la cara y parte del otro. Porque aquí, cuando se habla de reforma laboral, se habla sobre todo de reforma para las pymes. Por eso la CEOE tiene toda la razón cuando insiste en sus planteamientos.
Esta lógica, y no el populismo, es la que debería guiar al Ejecutivo en materia laboral. Que los sindicatos no aceptan, pues que el Gobierno gobierne, que para eso está. Además, tengo serias dudas de que las centrales sindicales, tan necesitadas del dinero público para sobrevivir, fueran capaces de oponerse a Zapatero si éste, desde un principio, marca las líneas maestras de lo que quiere conseguir. Si en lugar de respaldar a los sindicatos desde un primer momento, el presidente se hubiera puesto serio y hubiera marcado las necesarias distancias con ellos para hacer lo que hay que hacer, la actitud de UGT y CCOO hubiera sido muy distinta. Si desde que llegó al poder hubiera puesto en marcha la política económica que necesita este país, ahora las cosas no serían tan graves ni, probablemente, los sindicatos tendrían capacidad ni motivos para convocarle esa huelga general que tanto teme. Pero como todo lo que ha habido desde 2004 es una cadena sucesiva de errores en materia económica, ahora el Ejecutivo no puede salir de ella sin pagar un precio que no está dispuesto a asumir: se ha convertido en prisionero de sus errores del pasado. Aún así, todavía está a tiempo de rectificar porque aú quedan casi tres años hasta las próximas elecciones y, para entonces, las medidas que se tomaran hoy ya estarían surtiendo sus efectos. Por desgracia, a Zapatero le ciega su ideología y en vez de hacer lo que hay que hacer, sigue optando por su estrategia de marketing y de gastarse lo que tiene y lo que no tiene. De esta forma, en lugar de resolver los problemas, va a agravarlos todavía más y va a construir su imagen a costa del sufrimiento de millones de españoles. Lo dicho, lo de este Gobierno en materia laboral no tiene nombre.