En mayo de 2007 recibí una invitación para hablar en sesiones informativas en el Senado y en el Congreso de Estados Unidos sobre el efecto las medidas orientadas a cumplir con el Protocolo de Kyoto en España. Poco después me volvieron a llamar para presentar un testimonio en la comisión de Medio Ambiente del Senado sobre la posibilidad de crear empleos netos gracias a políticas de subvención a energías renovables y otros procesos productivos ineficientes.
Aunque mi escepticismo sobre el bien que pueda hacerse desde el mundo de la política es inmenso, decidí aceptar la invitación porque no tenía nada que perder. En septiembre de 2008 presenté un primer informe donde ya se apuntaba a que desde una perspectiva económica parecía bastante probable que se estuviesen destruyendo más empleos de los que se estaban creando mediante las subvenciones a las energías verdes. Aparte de una serie de casos que ilustraban la afirmación, aquel pequeño estudio se fundamentaba en la idea de que los recursos son escasos y de que si se le dan subvenciones a unas personas e industrias con dinero público, se estarán quitando esos fondos a otra parte de la economía. Al final, los medios económicos con los que se crean los nuevos empleos verdes en sectores ineficientes tienen la contraparte de los que se dejan de crear en sectores más eficientes. En realidad, no se trataba más que de una simple aplicación del principio de "lo que se ve y lo que no se ve" que presentara magistralmente Frederic Bastiat a mediados del siglo XIX.
Continué investigando sobre aquel asunto, cada vez con más indicios y pruebas de que las primeras conclusiones eran ciertas. En noviembre de 2008 volví a la Casa de Representantes de Estados Unidos para hablar de los, ya por entonces, tan cacareados green jobs y presentar los resultados de lo que ya era el germen del estudio que luego tendría la suerte de realizar con Raquel Merino, Juan Ramón Rallo y José Ignacio García Bielsa.
En diciembre comenzamos a redactar este estudio como proyecto de investigación de la Universidad Rey Juan Carlos con la colaboración del Instituto Juan de Mariana. Lo terminamos a finales del mes de marzo y sus conclusiones mostraban que las subvenciones habían creado una burbuja en el sector renovable que estaba estallando.
Calculamos de forma muy conservadora las subvenciones a la producción de energía renovable en unos 30.000 millones de euros, lo que tocaba a 570.000 euros por empleo verde creado (tomando los datos de empleos anualizados de la Comisión Europea). Claro que el problema de estos empleos no era sólo lo caros que resultaban sino, también, que la mayoría consistían puestos en empresas dedicadas a la instalación y construcción de plantas que sólo seguían en funcionamiento si continuaban recibiendo subvenciones.
Dicho de otra manera, cada vez que se incrementaba la potencia renovable instalada gracias al estimulo de las subvenciones, no sólo había que pagar la electricidad producida a precio de oro sino que había que fomentar más y más instalaciones porque los empleos de ese ramo sólo podían mantenerse con un número creciente de centrales renovables. Esas nuevas instalaciones suponían, a su vez, más desembolsos millonarios para el Estado (esto es, para los contribuyentes). Se trata, pues, de un esquema claramente piramidal que no podía durar mucho, entre otras cosas porque el déficit tarifario no hacía más que aumentar hasta volverse insoportable. Por eso el Gobierno del PSOE ya había empezado a cerrar tímidamente el grifo del maná estatal de la mano de Miguel Sebastián, con la consecuencia de que el "sólido" y "puntero" sector de la energía solar empezó a tambalearse.
El coste de oportunidad de las subvenciones comprometidas con las renovables hasta el 31 de diciembre de 2008 es enorme. La economía en su conjunto habría podido crear 2,2 empleos por cada uno que las subvenciones decían haber creado. En nuestro informe de marzo probamos que lo que Bastiat explicaba sigue siendo válido, especialmente en una industria verde que está tan verde.
Ofrecimos los resultados a los medios de comunicación españoles pero sólo Expansión y Libertad Digital se hicieron eco desde la prensa escrita en un primer momento. Sin embargo, fuera de nuestro país, nuestro estudio tuvo una muy buena recepción. Primero fue Bloomberg seguido de la BBC (tanto televisión como radio). A continuación The Economist y Wall Street Journal Europe pusieron a sus editorialistas y a algún economista especializado a analizar nuestro trabajo. Nos propusieron mantenernos en línea directa durante algunos días para hablar sobre aquellos puntos que consideraban más flojos. Después de una semana, The Economist publicaba un editorial en el que se destacaban las conclusiones de nuestro informe y unos días más tarde Wall Street Journal nos dedicaba otro editorial aún más laudatorio. Desde entonces, el estudio no ha parado de recibir cobertura mediática y hemos sido invitados a importantes programas de Fox News, CNN, Radio Caracol, CNBC, CBC, CSPAN y un sinfín de televisiones en Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y Australia. En total, más de 350 medios internacionales se han hecho eco (la inmensa mayoría de forma muy positiva). El último en alabar nuestro esfuerzo académico fue George Will desde el Washington Post, posiblemente una de las plumas más influyentes del mundo.
La prensa estadounidense ha usado el estudio para poner en tela de juicio el plan de subvención a las energías renovables propuesto por el presidente Obama. En una rueda de prensa sobre este proyecto, su portavoz se vio preguntado insistentemente por las conclusiones de nuestro estudio y lo mismo ha ocurrido cada vez que el secretario de Industria, el premio Nobel Chu, ha acudido al parlamento a hablar de su propuesta.
Sólo desde ese momento, nuestro estudio –dedicado, no lo olvidemos, a analizar las consecuencias de las subvenciones verdes en España– ha empezado a tener cierta repercusión en nuestro país. Parece como si lo que le importara a buena parte de nuestra prensa no fuera dilucidar este importante asunto público, sino silenciar nuestras conclusiones hasta que la presión internacional frustró este plan inicial.
De hecho, en España los críticos nos han acusado, no de habernos equivocado en nuestros cálculos, sino sobre todo de ser antipatriotas: parece que no tenían mucho más donde agarrarse. Sin embargo, en nuestra opinión, no puede haber mejor patriotismo que advertir que nuestros gobernantes están despilfarrando nuestro dinero en un juego político que empobrece y hace perder empleo a inversiones a nuestro país. Un patriotismo que silenciara los abusos de poder de nuestros mandatarios manirrotos no sería más que, como ya adivinara Samuel Jonson, el último refugio de los canallas.