La Unión Europea ha celebrado pomposamente en Anakara el inicio del proyecto Nabucco. Éste consiste, básicamente, en enlazar vía gasoducto los yacimientos del mar Caspio con la Unión Europea a través de Turquía, Bulgaria, Rumania, Hungría y Austria. Se prevé que a través de él se pueda cubrir un 5% de la demanda de gas de la UE, que es equivalente a 31.000 millones de metros cúbicos de gas anuales y que se corresponden además con un coste de unos 8.000 millones de euros. No estará operativo hasta por lo menos 2015.
La finalidad de Nabucco es reducir la dependencia del gas ruso, de forma que sean Azerbayán, Turkmenistán e Irak los suministradores de gas a través de un gasoducto que pasa por Turquía que ganará un 15% de su precio, antes de llegar al sureste de Europa. El proyecto lleva ya cinco años de retraso, lo que es achacable directamente a numerosas dificultades políticas respecto a los costes de construcción y al reparto de las capacidades.
Sin embargo, Nabucco no es la gran solución que parece. ¿Por qué? En primer lugar, no resuelve el problema principal: la dependencia energética europea. Más bien constata justo lo contrario. Una forma de continuar la dependencia del exterior, y otra hipoteca más que se deberá rentabilizar en los próximos años mediante incrementos de las importaciones de gas. Europa, adicta al gas foráneo, encuentra un nuevo suministrador y una nueva vía de llegada. Su adicción no se curará sino que será mayor.
En segundo lugar, Nabucco implica una debilidad estratégica derivada de depender de Turquía, lo que supondrá unas posiciones menos sólidas a la hora de abordar cualquier negociación en otros ámbitos políticos: ya sea con respecto al Kurdistán, o con respecto a su integración en la UE, por ejemplo. Estratégicamente hablando, Turquía tendrá la llave del suministro gasista del flanco suroriental europeo.
En tercer lugar, por si fuera poco, Nabucco no resuelve la dependencia del gas ruso que seguirá siendo enorme en otras áreas geográficas. Países como Polonia, Estonia, Lituania, Letonia o la propia Ucrania seguirán estando a merced de Rusia en términos de energía. Una Rusia cada vez más agresiva y dispuesta a ampliar su influencia hacia el Oeste.
En cuarto lugar, nos encontramos con otra cuestión añadida, Irán. A pesar de las garantías otorgadas a Washington, a muy pocos se les escapa que la voluntad europea es acceder a las segundas reservas de gas del mundo situadas en Irán. El propio consejero de Energía y el ministro húngaro lo pusieron de manifiesto: el objetivo es que en un futuro Irán sea un suministrador más al que acudir en busca de energía: es la ceguera de aquel que tiene síndrome de abstinencia.
Por si fuera poco, existe un nuevo proyecto, esta vez patrocinado por Gazprom, o sea, por Rusia, llamado "corredor sur" o "Soutstream" que consiste en un gasoducto que recorra el mar negro hasta Bulgaria para proseguir hasta Italia, para forzar al adicto a profundizar en la adicción, facilitándole el acceso a la droga energética.
No se trata de ampliar la adicción energética quedando indefensos ante quienes producen o transportan el gas La alternativa es otra y viene precisamente de Italia donde la semana pasada se aprobó anular la ley que prohibe la construcción de centrales nucleares, convirtiéndose en el primer país que da marcha atrás oficialmente. Ése es el camino de la Europa del siglo XXI, lograr una política energética propia y asegurada, sin hipotecas, ya sea con Rusia, con Turquía, con Irán o con quien sea.