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EDITORIAL

La enfermiza obsesión antinuclear de Zapatero

La decisión del Gobierno carece de todo sentido económico y técnico. Pero como aclaró Sebastián, se trata de una decisión política: Zapatero no persigue mejorar la vida de los españoles sino imponer sus prejuicios ideológicos.

El Gobierno no ha vacilado en decretar el cierre de la central nuclear de Santa María de Garoña para el año 2013, momento en el que siendo optimistas estaremos estabilizando los bandazos de la crisis actual. Y es que pese a los espejismos de recuperación que parecen surgir en torno a la moderación de las cifras de desempleo, lo cierto es que la economía española sigue hundiéndose a tasas del 3% y está lejos de haber tocado fondo. Hay una diferencia sustancial entre comenzar a recuperarse y reducir la velocidad de despeño.

Los políticos, populares e incluso socialistas, suelen apelar al mágico sintagma de "reformas estructurales" para resumir cuál es su fórmula para salir de la crisis. Por lo visto, la economía española requiere de ciertos cambios estructurales que llevan décadas siendo aplazados y que, una vez adoptados, la catapultarían a las cimas de la prosperidad. El problema es que los mismos políticos que apelan a esas reforman no suelen ser capaces de concretarlas. Parece que las "reformas estructurales" son más un refugio para los inmovilistas que un programa de acción política.

Pero lo cierto es que España sí necesita de urgentes reformas estructurales, y entre ellas destaca el cambio de modelo energético de nuestra economía. La retórica ecologista que contamina tanto a la izquierda como a la derecha ha cristalizado en la última década en un modelo de producción eléctrica donde las energías renovables han ido cobrando un peso creciente que ya se sitúa alrededor del 20% del total.

Las energías verdes han ido ganando peso conforme la nuclear lo ha perdido, de modo que hoy ya consumimos más energía originada por la primera fuente que por el segunda. Para muchos, entre los que sobresale nuestro presidente del Gobierno, esta circunstancia supone una excelente noticia que coloca a España al frente de un "cambio de modelo productivo" mundial que pivota sobre energías renovables y limpias.

Lástima que este planteamiento tan "progresista" tenga un problema de fondo bastante importante: la energía eólica es unas tres veces más cara que la nuclear y la fotovoltaica alrededor de 12. Dicho de otra forma, nuestro país se va especializando en producir electricidad cada vez más cara.

Precisamente por ello España necesita en este sector una profunda reforma estructural: en los próximos años asistiremos a subidas de la factura eléctrica o de impuestos para costear este oneroso sistema eléctrico. Una energía más cara siempre acaba afectando a consumidores y empresas –por mucho que durante un tiempo se la enmascare bajo el rótulo de "déficit tarifario"– en forma de beneficios más bajos, mayor desempleo, menor inversión y una menguante competitividad industrial.

Este desastroso escenario futuro, por mucho que en la última década se haya hablado incorrectamente de "liberalización eléctrica", no ha sido fruto del libre mercado, sino de todo lo contrario: de un atroz intervencionismo en el sector energético. Por un lado, los distintos gobiernos han promovido con diversas ayudas el desarrollo artificial de las energías renovables y, por otro, han obstaculizado la construcción de nuevas centrales nucleares y han forzado el cierre de las ya existentes, como sucede con Garoña y como sucedió hace tres años con Zorita.

La decisión del Gobierno carece de todo sentido económico, pues la prosperidad no puede edificarse sobre un encarecimiento de nuestra provisión energética. Tampoco tiene sentido técnico, ya que el Consejo de Seguridad Nuclear ha avalado la viabilidad de Garoña hasta el año 2021. Pero es que, como se apresuró en aclarar el ministro de Industria durante la rueda de prensa en la que se oficializó el cierre, no estamos ante una decisión técnica o económica, sino política. O dicho en román paladino, Zapatero no persigue mejorar la vida de los españoles sino imponer unos prejuicios ideológicos que le permitan permanecer en el poder. Algo que, por lo visto, debe abundar bastante entre la izquierda, pues los sindicatos han dejado de protestar por el cierre de la central tan pronto como han olido la presencia de fondos europeos.

La clausura de Garoña, a diferencia de lo que sostiene Zapatero, ni nos acerca a la recuperación ni nos coloca en la vanguardia de ningún progreso que merezca tal nombre. Como todas las medidas de política económica adoptadas por este Ejecutivo, sólo nos vuelve a todos más pobres y nos hunde más en una lamentable crisis que el PSOE sólo ha contribuido a agravar.

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