El premio Nobel de Economía y darling de la izquierda, Joseph Stiglitz, ex presidente del Banco Mundial, participó en las Conferencias de Estoril, a las que saludó como punto de reflexión internacional sobre globalización, a medio camino entre "el liberalismo de Davos y la utopía de Porto Alegre". Triple tomadura de pelo.
Empecemos por la idolatría del centro, un clásico recurso que aprovecha la sabiduría aristotélica pero oculta que el centro para ser virtuoso debe equidistar de dos males análogos y correctamente identificados. No cualquier posición intermedia es plausible por definición. Agotar la realidad política, por ejemplo, entre derecha e izquierda no convierte al centro político en admirable. Y Stiglitz lo sabe.
El segundo disparate es la identificación incorrecta de la Cumbre de Davos con el liberalismo. Nunca ha sido una reunión de liberales. Es la iniciativa de un listo que decidió dar a los políticos lo que más les gusta: apariencia de seriedad, de apertura de miras y de honda preocupación por los problemas del planeta. Se le ocurrió también la brillante idea de no aislarlos sino de juntarlos con personajes variopintos del mundo empresarial, académico y periodístico. Se agita este cóctel y sale Davos, de donde jamás ha brotado ni una sola idea clara a favor de la libertad y de donde siempre han brotado bobadas grandilocuentes pero ampliamente compartidas por el pensamiento convencional. Ahora están todos reflexionando sobre la codicia y los excesos del capitalismo, es decir, exactamente lo que une y satisface a los políticos, los reformistas y las almas antiliberales más o menos cándidas de todo el mundo. De liberalismo, pues, nada de nada. Y Stiglitz lo sabe.
La tercer tomadura de pelo es más insidiosa. La Cumbre de Porto Alegre tiene el mismo origen que la de Davos pero para la izquierda, incluida la más populista y más extrema, como lo prueba el hecho de que allí vivaquean desde Chávez hasta la valiente muchachada de Batasuna y las FARC. También se sienten divinamente como referentes del progreso del mundo mundial, y procuran distinguirse de sus colegas de Davos, acusándolos de –mire usted por dónde– liberales. En Porto Alegre se da cita el totalitarismo socialista, no una idealista, amable y bienintencionada "utopía". Y Stiglitz lo sabe.