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José García Domínguez

Socialismo de Dolce & Gabbana

Al disparate jurídico de la financiación catalana, esa fantasía bilateral de una noche de verano, sólo le queda una salida al mar: la declaración de inconstitucionalidad.

Aunque se trate de una posibilidad muy remota, tal vez el presidente del Gobierno supiera lo que estaba diciendo cuando, en la inauguración de la nueva terminal del Prat, le espetó a un sonriente José Montilla esto que sigue: "Ahora, president, toca la financiación. Este nuevo modelo colmará las necesidades de Cataluña y será por primera vez una financiación per cápita por encima de la media del conjunto del Estado". Es decir: president, no te lo pierdas, acabo de inventar el socialismo Dolce & Gabbana y su corolario matemático, la solidaridad Louis Vuitton.

En consecuencia, procederé sin mayor demora al reparto territorial de la renta al servicio de los ricos, que serán generosamente becados por los menos pudientes (en España, ya se sabe, no hay pobres) en cuanto fuere menester. A mayor gloria, pues, del Gato de Cheshire y su lógica desquiciada, Extremadura, Andalucía y Galicia, entre otras, habrán de ceder gustosas parte de sus actuales ingresos fiscales a Cataluña, Madrid, Valencia y Baleares. Todo ello, huelga decirlo, en nombre de los supremos ideales de la igualdad, la fraternidad y la justicia distributiva.

No hay que descartar, por otro lado, que Zapatero conozca la letra –y no sólo la música– del Estatut. Y es que, merced a ese tratado internacional, la Generalidad de Cataluña se arroga, por ejemplo, la muy soberana potestad de fijar cuántos y cómo han de ser los hospitales, universidades y guarderías públicas de Albacete, Orense o Tenerife. Así, pasándose la Constitución española por el forro de la capa de Wifredo el Belloso. Repárese al respecto en el artículo 206 de la cosa, el que advierte a feijóos, griñanes, barredas et altri que Cataluña únicamente cooperará a que los servicios estatales alcancen niveles similares de calidad si las comunidades beneficiarias llevan a cabo "un esfuerzo fiscal también similar".

En fin, sea como fuere, y al margen de cuántas neuronas per cápita queden a estas horas en el Consejo de Ministros, al disparate jurídico de la financiación catalana, esa fantasía bilateral de una noche de verano, sólo le queda una salida al mar: la declaración de inconstitucionalidad. Y ello por la muy simple razón que ya identificó el clásico en su día, a saber, que lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible. ¿O no, señora Salgado?      

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