Germánico, un compañero de la Red Liberal, atrajo mi atención hacia una entrevista en La Vanguardia el 25 de mayo, al doctor y catedrático Santiago Niño Becerra. Como suele suceder, resultaban tan interesantes las respuestas como las preguntas formuladas por Ima Sanchís. Aquí va una muestra:
- Pregunta: ¿Las grandes corporaciones internacionales serán los reyes del mambo?
- Respuesta: Sí, van a más.
- Pregunta: Esto es muy peligroso.
- Respuesta: En tanto en cuanto la política va a menos, sí.
- Pregunta: Las compañías que controlan productos básicos como gas, agua, electricidad, teléfono ¿seguirán abusando?
- Respuesta: Si nos estrujan, consumiremos menos.
En este diálogo políticamente correcto de almas gemelas hay algo que no aparece, que es la política, en tanto que realidad y en tanto que peligro. La idea de que "la política va a menos" no resiste la contrastación empírica. El peso de la política en términos de gastos, impuestos y regulaciones no ha ido a menos en ninguna parte.
Además, a Niño y Sanchís les parece peligroso el hecho de que las empresas crezcan, y claramente prefieren que lo haga la política. La diferencia entre la empresa y la política es que a la empresa uno le compra si quiere, y si no quiere no, salvo que sea un monopolio que excluya la entrada de competidores, privilegio que no podrá conseguir si no es a través de la política, que es la coacción legítima. Pero ni doña Ima ni don Santiago conciben que esta coacción pueda resultar peligrosa. El único peligro que ven es la empresa.
Tanto la entrevistadora como el entrevistado dan por supuesto que las compañías abusan, pero ninguno se pregunta por qué lo hacen. Y la respuesta es que si lo hacen sólo puede ser porque la política lo permite. Por ejemplo, la política fija las tarifas de muchos servicios públicos, como el gas, el agua y la electricidad, un aspecto crucial que esta encantadora pareja ignora olímpicamente.