Decía Paul Johnson que el marxismo era una forma de análisis moral y no económico. Lo indicaba a propósito de la versión convencional de la Gran Depresión, que presentaba aquel hundimiento con trazos moralistas, como si hubiera sido un castigo a la codicia. Hubris seguida de némesis. No tenemos, pues, nada nuevo bajo el sol cuando nuestros socialistas recurren a similar cliché ante la crisis actual. Su partido es una empresa dedicada a la administración de la culpa.
La crítica moral al capitalismo era el principal atractivo del marxismo, pero el PSOE no fue en sus viejos tiempos más allá de la vulgata y en los recientes no ha visto un libro de Marx ni por el forro. Su moralina sobre la crisis se parece a un sermón de cura progre en la misa del Gallo. No dicen que el culpable sea el sistema, como sostenía el suegro de Lafargue, sino que atribuyen el mal a la inmoralidad de ciertos sujetos: codiciosos, egoístas, especuladores, ricachos que visten trajes a medida y calzan zapatos caros. Curioso. Siempre son hombres (blancos) esos miserables, nunca mujeres, y a ninguno le ponen nombre.
¿Quiénes serán los bribones? ¿Serán todos norteamericanos, y de Bush, o habrá españoles en esa lista de canallas que han provocado la ruina? ¿Se esconderá alguno de esos granujas en los bancos y cajas a los que dan dinero público, muchos de los cuales operan en algún paraíso fiscal? ¿Tal vez entre los grandes constructores que ayudaron a Zapatero y a los que Zapatero ayuda? No importa. El estereotipo es lo que cuenta. Sólo hace falta sacarlo para que cumpla su papel de chivo expiatorio y libere a los socialistas de responsabilidad. Hasta se atreven a ataviarlo con el mismo lujo que gastan los compañeros y compañeras, que el relevo generacional también le tocó a la pana y ahora se engalanan como para ir de boda.
En su novela más famosa escribía Kundera acerca del mito del eterno retorno. Señalaba "la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno, porque en ese mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo cínicamente permitido". El discurso socialista, sin embargo, pertenece a otro mundo, a uno fundado en el retorno. En la repetición de tópicos groseros, burdas falacias, ridículas caricaturas. Es el mundo de la propaganda y en él todo está perdonado de antemano y cínicamente permitido. En él puede el PSOE, a la vez, dispensar moralina y condenar cualquier referencia moral que se interponga en sus planes. Moral de usar y tirar, hasta la próxima.