Como era de prever, al presidente del Gobierno empieza a pasarle como al aprendiz de brujo, que se metió a jugar a magia sin saber lo suficiente de ella y todo acabó por volverse en su contra. Pues algo parecido le ocurre a Zapatero con la política económica: quiso ser el Roosevelt español del siglo XXI y lo va a conseguir porque va a meter a España en nuestra particular versión de la Gran Depresión.
Zapatero se creyó que todo el campo era orégano, que podía hacer de su capa un sayo y lanzarse a gastar y gastar un dinero que el Estado no tenía para, de esta forma, afrontar la crisis con sus ideas, propias no de un socialismo moderno sino completamente trasnochado. El presidente del Gobierno sacó del cajón del olvido esas ideas que tanto le gustan a los sindicatos –y que con tanto ahínco defienden– de afrontarlo todo a base de gasto público y más Estado, y no de reformas estructurales y menos sector público. A fin de cuentas, si Obama tiraba de chequera pública, ¿por qué no iba a poder él hacer lo mismo? Por desgracia, ZP se sintió legitimado en sus propuestas por los primeros anuncios políticos del nuevo presidente estadounidense y volvió a abrir de par en par la caja de los dispendios, dádivas y liberalidades. Así, a los 400 euros de devolución adelantada y al cheque baby empezaron a sumarse los 8.000 millones de euros para que los ayuntamientos construyeran piscinas, spas, carriles bici y demás, y todo lo que siguió, y puede venir, auspiciado por el Plan E.
Ahora Zapatero se encuentra con que sus planes grandilocuentes y su gobierno a golpe de ocurrencia se van a enfrentar con serios problemas financieros. No se trata solamente de que el déficit público pueda alcanzar este año la escandalosa cifra del 10% del PIB sino que como todos los países occidentales están a la caza y captura del escaso ahorro mundial disponible para financiar los crecientes desequilibrios en sus cuentas públicas, los tipos de interés van a subir. Por si no bastara con ello, las agencias de calificación empiezan a reaccionar como era de esperar en ellas. Que aumentan los desequilibrios presupuestarios, pues toma rebaja de calificación en la deuda pública, lo cual va a implicar todavía mayores tipos de interés. España ya perdió hace unos meses la triple A, la nota máxima, y se arriesga ahora a que esta nueva oleada de revisiones vuelva a suponer para nuestro país una nueva degradación. ¿Esto que implica? Pues que la factura del desastre económico de Zapatero se va a encarecer todavía más, y mucho, y acerca cada vez más a nuestro país a los límites de una situación muy peligrosa, la de la suspensión de pagos; o el default –si ustedes prefieren este término que se hizo tan familiar a raíz de la crisis argentina de principios de esta década– porque, por desgracia, nos parecemos cada vez más al desastroso país austral.
Nada de esto habría ocurrido si Zapatero hubiera mostrado un mínimo de sensatez en la gestión de la política económica. El déficit, por supuesto, no se hubiera evitado, pero tampoco habría alcanzado las magnitudes de escándalo hacia las que se dirige y en todo caso habría permanecido dentro de márgenes mucho más fáciles de gestionar. Por desgracia, y en los cinco años que llevamos ya de zapaterismo, lo que ya tenemos constatado a ciencia cierta es que el presidente del Gobierno no actúa conforme a los dictados de la lógica económica, sino a los suyos propios, que son una perniciosa mezcla de populismo ideológico e inmadurez política y personal. Así, gracias a sus alocadas políticas de gasto electoralista, el país se ha colocado en una situación financiera muy difícil que no tiene nada que ver con la crisis internacional, porque la nuestra es propia y bien ganada a pulso y lo que ocurre fuera de nuestras fronteras no es sino otro elemento que empeora la situación.
Ahora, por lo visto, Zapatero y los suyos empiezan a darse cuenta del error de cálculo que han cometido. Se creyeron que la chequera pública era una especie de caja mágica de la que podían extraer recursos ilimitados y en estos momentos se percatan de que no es así, que todo lo que se gasta hay que pagarlo, que todo lo que se pide prestado hay que devolverlo; que cuanto más se endeuda uno, más difícil encuentra conseguir nueva financiación para esos gastos. La realidad empieza a caer como un verdadero jarro de agua fría sobre el Gobierno y sus aledaños, que ya no tienen más remedio que reaccionar. ¿Y cómo lo hacen? Pues desempolvando otra de esas nefastas ideas arrumbadas por la historia, la de que los ricos paguen más, como decía recientemente la número tres socialista, Leire Pajín, y apoyaba poco después el líder de UGT, Cándido Méndez. Pero como, por lo visto, con eso no basta, dada la magnitud del desastre, ahora van a tener que pagar más todos, en especial las clases medias. Aquello de que bajar de impuestos es de izquierdas, que decía Zapatero en la pasada legislatura, ha dado paso a que lo que es de izquierdas es subirlos. De esta forma, empezamos a asistir a un nuevo rosario de ocurrencias fiscales y donde ayer hablaron de eliminar la desgravación por adquisición de vivienda en el Impuesto sobre la Renta hoy hablan de impuestos verdes para preservar el medio ambiente y promover ese cambio de modelo que nos anunció Zapatero en el Debate sobre el estado de la Nación. Cualquier excusa es buena para aumentar la presión fiscal sobre los ciudadanos y las empresas.
Lo malo de esa política –una nueva equivocación de Zapatero– es que cuanto más suban los impuestos, más se va a frenar la actividad económica y la creación de empleo y más tiempo y sufrimiento nos va costar superar la grave crisis que padecemos en la actualidad. Para corregir un serio error de cálculo, Zapatero va a cometer un segundo aún peor, sobre todo dadas las circunstancias actuales. A lo mejor con ello consigue evitar la quiebra de España, pero el precio a pagar va a ser dejarnos a todos en la miseria.