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José García Domínguez

La izquierda exquisita

Quizá Zapatero no llegue a descubrirlo nunca pero, hacia el año 69 del siglo pasado, un tal Peter Druker ya comenzó a divulgar todos los tópicos y lugares comunes sobre la economía del conocimiento que él recita sin tregua desde hace una semana.

Resulta difícil no sentir vergüenza ajena al escuchar a todo un presidente del Gobierno perorando alegre sobre cambios radicales en el modelo productivo desde la indigencia intelectual más absoluta. No por la falacia en sí, que es asunto intrascendente. Al cabo, esa historia del modelo productivo a revolucionar vía Real Decreto Ley acarrea idéntica carga empírica que la Alianza de Civilizaciones. Nada más allá de la charlatanería de rigor en los telediarios. El rubor no surge, pues, de que, a falta de mejor mercancía, Zapatero trate de vender humo. La fecha de caducidad del humo elegido es lo que invita al bochorno.

Y es que, ante el consorte de Sonsoles, uno tiene la sensación de tratar con cierto personaje de Tom Wolfe en La izquierda exquisita: el tipo que siempre llegaba tarde a todas las modas. Aquel tragicómico aspirante a moderno que, clarividente, se aventuró, por fin, a comprar unos pantalones de campana justo el primer día que Mick Jagger compareció enfundado en ajustadísimos tejanos de tubo. El mismo que, expeditivo, dio en rasurarse greñas y patillas sólo cinco minutos antes de que John Lennon se exhibiera cubierto con larga barba e indómita y novedosa melena. Así, la estomagante retórica monclovita a cuenta de los modelos productivos: Zetapé la presume vanguardista y rompedora cuando ya era género obsoleto hace veinte años.

Una evidencia de comprobación fácil en la sección de saldos editoriales de El Corte Inglés. Allí, al lado del volumen con los pruebas de que el ejército americano mantiene a varios marcianos congelados en una base secreta, y otros con los testimonios de cómo emigró Hitler a Brasil tras huir del búnker por un agujerito, dispone el curioso de toda la ciencia presidencial sobre modelos productivos. Empezando por La tercera ola, de Alvin Toffler, siguiendo por Ser competitivo, de Michael Porter, y acabando por Funky Bussines, el best seller de aquel par de calvos suecos de impronunciables apellidos.

En fin, quizá Zapatero no llegue a descubrirlo nunca pero, hacia el año 69 del siglo pasado, un tal Peter Druker ya comenzó a divulgar todos los tópicos y lugares comunes sobre la economía del conocimiento que él recita sin tregua desde hace una semana. Un paso más, sólo uno y patenta la sopa de ajo.   

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