Las previsiones para España que acaba de presentar la Comisión Europea son demoledoras. Para este año se espera una caída del PIB del 3,2%, según los cálculos de Bruselas, un porcentaje similar al de Francia pero mucho menor que el desplome del 5,4% de Alemania o del 4,4% de Italia. Por supuesto, si no se dijera nada más, estos datos serían hasta buenos para nuestro país. Pero es que hay que decir más, y mucho. Por ejemplo, que España venía creciendo entre uno y dos puntos más que las economías de Francia, Alemania e Italia, con lo que la magnitud del desplome, en consecuencia, es más o menos similar teniendo en cuenta de dónde venimos. Lo que no es similar, ni mucho menos, es la evolución del paro en un sitio u otro.
En términos comparativos cabría pensar que si la economía alemana se contrae un porcentaje mayor que la española, en buena lógica el desempleo allí tendría que crecer mucho más que en nuestro país. Pues no es así. Resulta que, según las previsiones de la Comisión Europea, se confirma lo que muchos temíamos, esto es, que el desempleo va a superar este año la tasa del 20%, lo que implica más de cinco millones de parados. Ese porcentaje es el doble de la media de la Unión Europea, pese a que en la UE hay economías tan importantes como la alemana o la italiana que este año van a caer más que la española, o la francesa, que lo va a hacer a tasas similares. Sin embargo, allí el paro, aunque crece, lógicamente no lo hace –ni mucho menos– de forma tan drástica y dramática a como lo hace en España.
En cualquier otro país, una situación como esta habría desencadenado fuertes protestas de los sindicatos. Aquí, si quien estuviera en el Gobierno fuera el PP, seguramente ya habrían convocado incluso una huelga general. Pero como quien gobierna es el PSOE, lo único que se les ocurrió decir el pasado 1 de mayo fue que si el Parlamento aprueba una reforma laboral sin pasar antes por la mesa del diálogo social, entonces sí habrá huelga general. Además, se niegan en rotundo a un cambio de reglas en el mercado de trabajo argumentando, como hace el Gobierno, que ya está bien de que la crisis la paguen los trabajadores, que no son quienes la han desencadenado. ¿Y quién creen, entonces, que está pagando la crisis? Porque cuando tres de cada cuatro empleos que se destruyen en la Unión Europea son en España, quien ya está pagando las facturas de los platos rotos son, precisamente, ellos, esos trabajadores que los socialistas y los sindicatos dicen querer defender a toda costa. Ellos y las empresas que se ven obligadas a echar el cierre porque la irresponsabilidad de Zapatero con sus alegrías presupuestarias ha provocado que no haya dinero para que las Administraciones Públicas paguen sus deudas. Y los empresarios, salvo los plutócratas del ladrillo, tampoco han originado esta crisis. Sin embargo, de eso los sindicatos no dicen ni palabra.
Además, el desplome del empleo no se va a detener este año sino que, según la Comisión Europea, va a continuar en 2010 porque mientras otras economías como la alemana o la italiana van a entrar en la senda de la recuperación, la española caerá otro 1% adicional, lo que significará más paro hasta acercarnos, y puede que llegar, a la fatídica cifra de los seis millones de desempleados. Todo al tiempo. Pero nuestros paniaguados sindicatos, por lo visto, no tienen nada que decir al respecto. A ellos lo único que les importa es que se sienten ninguneados por la patronal ya que ésta ha presentado al Parlamento una propuesta de reforma laboral ante la pasividad de las centrales. Lo que de verdad les molesta a los sindicatos es que, al ningunearlos, ha puesto de manifiesto hasta qué punto resultan irrelevantes. Su papel, más allá de la negociación colectiva, no es más que un artificio del que les dotó la Constitución como consecuencia de la necesidad de alcanzar un consenso con los partidos de la izquierda para sacarla adelante; y ahora se ve hasta qué punto ese papel es artificial.
Los sindicatos no representan a casi nadie porque sus cifras de afiliación son muy bajas y son incapaces de sobrevivir si no es enganchados permanentemente al presupuesto, en lugar de modernizarse. Y como quien paga la factura, pide la música, los sindicatos paniaguados por este Gobierno no se atreven a chistar lo más mínimo ante el temor a perder sus más que generosos ingresos procedentes del erario público. Si ahora se hace patente que, además, se puede legislar en materia sociolaboral sin su concurso, razón de más para cuestionar no su existencia, sino la forma en que se les mantiene con vida. Esa es su preocupación, no los millones y millones de ciudadanos que están perdiendo sus puestos de trabajo a causa de los graves errores de política económica del Gobierno, reflejados en las previsiones para la economía española que acaba de presentar la Comisión Europea. Aquí quien está pagando la crisis son los trabajadores, por mucho que digan las centrales sindicales que no son ellos quienes tienen que asumir la factura. Pues lo están haciendo, en parte por culpa del Gobierno, pero en parte también por culpa de los sindicatos, que siguen sin decir ni hacer nada al respecto. Y para esto les pagamos los contribuyentes con el dinero de nuestros bolsillos.