Lo que pretendo es llamar la atención sobre un argumento de los enemigos de la libertad: creer que amparan a los trabajadores porque les arrebatan la responsabilidad.
Oigo en un informativo de la Cadena SER despotricar contra José María Aznar y su idea de reformar el mercado de trabajo: "sólo le ha faltado echar la culpa del paro a los parados".
No pretendo defender a Aznar, cuyo Gobierno tuvo muchas sombras y cuyo liberalismo parece consolidarse ahora, cuando era difuso y contradictorio en sus años de Moncloa. El mérito de Aznar estriba en los desastres que le precedieron y sucedieron. Lo poco de bueno que hizo refulge frente a lo mucho de malo anterior y posterior, algo que omiten los informativos de la SER, que enlazan el paro con Aznar y eluden la incómoda circunstancia de que parece aumentar cuando el odioso PP no gobierna.
Lo que pretendo es llamar la atención sobre un argumento de los enemigos de la libertad: creer que amparan a los trabajadores porque les arrebatan la responsabilidad, y creer que los que no somos socialistas incurrimos en la perversidad de descargar sobre los desfavorecidos las culpas por sus propias penas. Así, si alguien razona sobre el desempleo fuera de la línea políticamente correcta es porque en su crueldad añade insulto al escarnio y piensa que al parado se merece el paro.
El argumento se apoya en el prejuicio de que el paro jamás deriva de la intervención política y legislativa, que socava la libertad y la responsabilidad pero a cambio concede empleo. Si hay paro, cualquier reforma que se proponga supone que la intervención no ha sido buena, dado que los súbditos no sólo pierden libertad sino también empleo. Esto debe ser descartado, y entonces la reforma tiene que apuntar a la otra parte, y significar que el parado es culpable. La alternativa sería concluir que el paro se debe a la intervención y que la solución pasa por trabajadores dueños de su libertad, su responsabilidad y su destino. Y esto sí que es inadmisible.
