¡Qué suerte tenemos de que Barack Obama sea nuestro presidente!
Ya ha tenido una revolucionaria idea que se les escapó a sus precedesores: ¡Va a limpiar los presupuestos de... "despilfarro e ineficacia"! Es decir, "repasará detenidamente los presupuestos federales para eliminar los dispendios inútiles". Es asombroso que a los otros presidentes no se les hubiera ocurrido antes. ¿Quién iba a decir que los planes gubernamentales se podían eliminar sólo por no funcionar y dilapidar dinero público? Sin duda, estamos ante una idea muy progresista.
"Ya hemos identificado unos dos billones en partidas de las que podemos prescindir a lo largo de la próxima década". ¿Cómo lo hará? He aquí un ejemplo: "El secretario de Agricultura está ahorrando casi 20 millones de dólares con las reformas encaminadas a modernizar y dinamizar la burocracia". ¡Sorprendente! "Modernizar y dinamizar". Se trata, ciertamente, del comienzo de una nueva era. Aunque Obama dice que no quiere un Gobierno más grande sino más eficiente, está pensando en gastar un montón de dinero... en una reforma sanitaria, educativa y energética. También promete reducir de forma drástica el déficit a finales de su mandato (él dice un poco presuntuosamente "primer mandato").
Todo esto es un cúmulo de tonterías peligrosas. Los presupuestos de Obama están llenos de hipótesis sobre un futuro de color de rosa donde el crecimiento económico permitirá sustentar un Gobierno de un tamaño jamás visto.
Por desgracia, Obama también está tratando a la vez de retrasar la recuperación económica: creando nuevos impuestos sobre los ricos, cortejando a los sindicatos, mostrando su ambigüedad sobre el libre comercio y amenazando a todo tipo de "activistas" políticos. Los nuevos impuestos no son simplemente un ataque frontal al contribuyente, sino también una rémora indirecta para la economía (por ejemplo, mediante su plan de limitar las emisiones de CO2). Sus dádivas a los sindicatos van mucho más allá de la prometida norma que elimine el secreto en las votaciones sindicales: pasan por destinar parte del gasto público a pagar elevados salarios a los trabajadores sindicados. Todo ello alejará a los inversores privados y dificultará la recuperación.
Los presupuestos de Obama también crean un "fondo de reserva" de 634.000 millones de dólares para la reforma sanitaria, pero sólo 318.000 millones salen de los tributos de los ricos. ¿De dónde obtiene el resto? Del Medicare, Madicaid y otros programas de sanidad.
No me tome el pelo.
Es difícil tomarse en serio su afirmación de que recortará el gasto antiguo para financiar el nuevo gasto y reducir así el déficit. Tal y como señala el Wall Street Journal "el déficit presupuestario de 2009 se estima que alcanzará la espectacular cifra del 12,7% del PIB, que una vez más minimiza cualesquiera cuentas públicas que hayamos visto durante la posguerra. Las proyecciones de la Casa Blanca dicen que los números rojos se reducirán al 3,5% en 2012, pero esto se basa en hipótesis irreales".
Una de las hipótesis más absurdas es que el nuevo gasto de estímulo tendrá un carácter temporal. El nivel de gasto actual se convertirá en el punto de partida de los futuros presupuestos. Cualquier recorte será condenado como "despiadado". Todos los presidentes prometen ahorrar dinero eliminando los despilfarros y el fraude. Pero ese ahorro nunca se materializa.
En Washington, los derroches siempre tienen sus padres políticos. Cada céntimo que se gasta el Estado encuentra sus defensores con buenos contactos. Ya se están preparando para el momento. Pero incluso si no lo hicieran, los gritos de los lobbistas serían difíciles de resistir: "¡Este programa mantiene con vida a esta pobre mujer, su votante! ¿Va usted a ser tan indiferente como para negarle ese subsidio?".
El Congreso se apropia del dinero de los ciudadanos y a continuación la burocracia lucha permanentemente por conservarlo para siempre. Después de todo, su propia vida depende de ello. No es que los políticos sean peores o más incompetentes que los gestores del sector privado (aunque bien podría ser así); la diferencia estriba en los incentivos y las consecuencias a las que se enfrentan unos y otros. Las burocracias prestan poca atención a lo que hacen y no comprueban nada ya que el mercado no fija los precios de lo que producen. Lo que sí tienen, en cambio, es un incentivo enorme a gastar todo el dinero que se les ha asignado so pena de recibir menos en el siguiente ejercicio.
Como solía decir Milton Friedman, nadie gasta el dinero de los demás tan cuidadosamente como gasta el propio. Es absurdo pensar que la creciente proliferación de burocracias federales va a identificar y eliminar "el derroche", signifique lo que signifique esta palabra. La bestia simplemente no lo lleva en su ADN.