Hace unos días la presidenta de la Comunidad de Madrid fue increpada por un grupo de entusiastas progresistas en las calles de la capital. A Esperanza Aguirre le gritaron "zorra", un insulto revelador que prueba una vez más la hipocresía de una izquierda que simula ser feminista cuando es de un machismo detestable. Ningún grupo feminista protestó, igual que nadie protestó cuando el impar José Bono afirmó hace un par de años públicamente que Aguirre es "de las que besan de día y muerden de noche". Nadie dijo nada porque el feminismo supuestamente progresista no protege a las mujeres sino (otra vez asoma el machismo) a las mujeres obedientes. Pero aparte de recibir insultos progresistas, Esperanza Aguirre fue también increpada con gritos de "no a la privatización... sanidad pública... educación pública", y al mismo tiempo de "fascista". Aquí hay algo interesante, porque la reiterada identificación entre fascismo y privatización es un completo disparate.
El fascismo en cualquiera de sus variantes, empezando por el propio Benito Mussolini, no sólo no apoyó ninguna privatización sino más bien todo lo contrario, y en particular promovió la sanidad y la educación públicas. Los fascistas no tienen en común la privatización con los liberales. Es más, con los liberales no tienen nada en común, y su defensa activa del sector público y del intervencionismo económico, y su desprecio constante hacia el liberalismo y el individualismo, hace que los fascistas se aproximen realmente más al socialismo que a ningún otro movimiento. Lo vimos en España, donde tantos falangistas devinieron militantes del PSOE sin traumas apreciables.
Así que, señoras y señores progresistas, les ruego que la próxima vez que insulten a Esperanza Aguirre con motivos económicos, si no son capaces de respetarla como mujer, al menos respeten la lógica y elijan: pueden llamarla privatizadora o fascista, pero no las dos cosas a la vez.