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Un paso en la dirección contraria

La cumbre debería haberse centrado en cómo corregir los excesos recientes y, en especial, en trazar un nuevo modelo financiero mundial donde los bancos centrales tengan una menor capacidad de influencia mediante la política monetaria.

No podéis crear prosperidad penalizando el ahorro. No podéis dar fuerzas al débil, debilitando al fuerte. No podéis ayudar al asalariado, perjudicando al empresario... No podéis auxiliar al pobre arruinando al rico

Lincoln, 1860

Tras la cumbre del G-20, lo que se percibe mayoritariamente en los medios de comunicación de nuestro país es una mezcla de triunfalismo y cursilería. Es una sensación de victoria y de regocijo por parte de aquellos que se derriten eufóricos simplemente con ver una reunión que recuerda más bien a las fiestas de famosos de las revistas del corazón; de hecho, en los medios españoles, periodistas de todo signo celebran el encuentro como un momento histórico que significará la solución a todos los males que aquejan a la economía. O sea, básicamente que los gobiernos –y los políticos que los dirigen– se gastarán un billón de dólares para no se sabe muy bien qué ni se sabe muy bien cómo. Pero celebrémoslo, pues Obama ha venido a Europa y ha saludado a Zapatero. Ellos seguro que saben lo que hacen.

Parece algo incoherente que una crisis que se ha motivado básicamente por un exceso del crédito, es decir, por un endeudamiento desproporcionado, se intente solucionar generando una mayor deuda: esta vez nada más y nada menos que un billón de dólares sin que se haya previsto nada concreto ni que se explique cómo se van a solucionar los problemas actuales.

La primera cuestión que surge es precisamente si lo que eufemísticamente se llama "inyección masiva de liquidez" –y que en realidad se trata de imprimir más dinero– será suficiente para restablecer la confianza de los agentes económicos. En este sentido, hubiese sido bueno que Japón hubiese mostrado su experiencia en los últimos 20 años, o que el célebre helicóptero de Friedman volara por las calles de Tokio para ver los resultados. En una situación como la actual, el exceso de liquidez incrementa la desconfianza y, precisamente por ello, el ahorro aumenta frenando el consumo. En Japón, con tipos de interés prácticamente nulos y con una laxa política monetaria, ha habido deflación.

En segundo lugar, hay que plantearse de dónde procede esa inyección de liquidez, es decir, ¿quién va a pagar ese billón de dólares? Está claro que todos nosotros, pero ¿cómo? ¿Será con deuda pública? No parece plausible, pues no hay nadie que la financie. ¿Será con mayor impresión de dinero como han realizado ya Reino Unido y Estados Unidos? Es lo más probable, y la consecuencia directa es que el dinero perderá su valor y todos seremos más pobres. Se robará a los ciudadanos sin que puedan hacer nada al respecto.

Otro punto de la cumbre que es digno de ser reseñado es la decisión de poner en marcha un mayor control, regulación y supervisión de los mercados financieros. Se trata de un grave error. El desarrollo de mercados líquidos, transparentes y sin barreras de acceso ha sido un hito histórico que ha permitido una asignación de recursos de manera eficiente y que crea riqueza. Impedir o intervenir en ello sólo provocará lo contrario. Los mercados precisan una regulación, por supuesto, pero esa regulación no puede perjudicar la libertad –por ejemplo la prohibición de operaciones de posiciones cortas– porque dañarán irremisiblemente el mecanismo de formación de precios y producirán una mayor desconfianza.

La cumbre debería haberse centrado en cómo corregir los excesos recientes. Debería haber abogado por proteger al ahorrador y no devaluar sus recursos, por incentivar la inversión y, en especial, por un nuevo modelo financiero mundial donde, por ejemplo, los bancos centrales tengan una menor capacidad de influencia mediante la política monetaria.

Lo acordado va en la dirección contraria. Esta vez burócratas y políticos saldrán reforzados, con mucho más poder y recursos a costa de consumidores y agentes sociales. Políticos que, como en España, anunciarán políticas demagógicas basadas en la confusión permanente; por ejemplo afirmando que el gasto público crea trabajo sin explicar que los impuestos para recaudar esos recursos destruyen muchos más empleos que lo que se pueden crear. Se intentará distribuir una riqueza que cada vez será más difícil de crear.

Es una pena, es una tragedia, que en esta cumbre llamada a ser histórica, nadie haya abanderado la causa de la economía real basada en el esfuerzo y en la innovación. Será un error del que todo el mundo tardará en recuperarse. Obama, tan admirador de Lincoln en algunos temas, debería haber tomado nota de su histórico discurso de 1860 ante el Congreso: 

No podéis crear prosperidad penalizando el ahorro. No podéis dar fuerzas al débil, debilitando al fuerte. No podéis ayudar al asalariado, perjudicando al empresario. No podéis favorecer la fraternidad humana incitando a la lucha de clases. No podéis auxiliar al pobre arruinando al rico. No podéis evitar contratiempos gastando más de lo que ganáis. No podéis promover el carácter y el valor desincentivando la iniciativa y la independencia. No podéis ayudar continuamente a los hombres haciendo en su lugar lo que ellos deberían hacer por sí mismos.

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