Hasta hace apenas unas horas, el compañero Hernández Moltó, aquel disciplinado propio de la cleptocracia felipista que alumbró Filesa, Malesa, Time Export, los convolutos, el GAL, Rumasa p´al pueblo, ni Flik, ni Flok, el BOE, Roldán, Vera, la Cruz Roja, los pellones de la Expo de Sevilla, los cafelitos del hermano de mi henmano y otras mil historias para no dormir, parecía llamado a ocupar una modesta nota a pie de página en la crónica universal de la infamia merced a cierta frasecita lapidaria:"Míreme a los ojos, señor Rubio, si todavía le queda algo de vergüenza"; la tan teatral como cínica sentencia que nuestro héroe pronunció en la comisión del Congreso maquinada a fin de linchar a Mariano Rubio por el asunto Ibercorp.
Poca cosa para ese engolado Torquemada de las finanzas ajenas, el iracundo Calvino de la banca patria. Y es que el compañero Hernández Moltó, paradigma desde su mayorazgo en Caja Castilla-La Mancha de la gestión pública al servicio de muy privados intereses caciquiles, ejemplo insuperable de politizada incompetencia, modelo de ineptitud en la suicida concentración del riesgo crediticio, supremo inútil entre los inútiles, merecía mucho más; como mínimo, un capítulo encomendado a su ilustre figura en la historia de los escándalo financieros de España, encabezando una sección que, por ejemplo, se titulase: "Repare en mi soberana jeta, señor MAFO, e intente averiguar luego dónde habrán ido a parar los tres mil millones de euros del enorme agujero de Caja Castilla-La Mancha".
La crónica de esa intervención anunciada del Banco de España constituye la prueba de que la mitad del sistema financiero resulta algo demasiado importante como para dejarlo en manos de diecisiete reyezuelos de taifas autonómicas y sus correspondientes mesnadas de concejales de urbanismo; bajo el arbitrario descontrol de unos órganos de gobierno que, a imagen y semejanza del general Franco y del compañero Hernández Moltó, únicamente responden de sus actos ante Dios y ante la Historia, nunca frente una prosaica junta general de vulgares accionistas que se jueguen su patrimonio personal en el empeño societario. Privatizar por la vía de urgencia las Cajas de Ahorros; he ahí la única cirugía con tal de frenar una sangría que, ojo, apenas acaba de empezar.