El presidente de los Estados Unidos se ha dirigido a los demás representantes electos de su país para explicarles que sí, se puede, salir de la crisis financiera. Obama cree que la recesión ha generado una situación política de la que los americanos están lo suficientemente atemorizados como para abrir una nueva era de expansión del Estado. Ya lo había escrito su jefe de Gabinete en el New York Times presentando –como Bermejo– un mundo en colores: la crisis económica es una oportunidad demasiado importante para desaprovecharla. Es decir, para dejarla pasar como mecanismo para incrementar el poder del Estado –o sea, el suyo– y del clientelismo de grupos adictos y afines que pueda aglutinar.
Así, la secretaria de Estado Clinton ha visitado China en donde no ha salido una sola palabra de su boca para condenar la situación de los derechos humanos, y ha hecho un llamamiento contra el proteccionismo, pero al mismo tiempo, el tratado de libre cambio con Colombia está parado porque, según afirma la AFL-CIO –el grupo de presión sindical más importante de los Estados Unidos–, los sindicalistas son asesinados sin que se persiga a los criminales. Junto con este tratado también está detenida la tramitación de los correspondientes a Corea del Sur y Panamá. Eso se llama favorecer a las democracias.
Pero lo esencial es que –dijera lo que dijera en campaña– Obama está siendo el primer Obama de las primarias, cuando se decantaba a la izquierda para derrotar a Hillary. Cree que el Estado tiene el poder para responder a las presentes dificultades y está decidido a usarlo. Por de pronto sacando adelante un plan de estímulo, y en su mente estímulo=gasto, que supera en dólares a todo el presupuesto de 1982. Y llevando a su nación a cifras de déficit anual de alrededor del 12% mientras incrementa el peso del Estado en el PIB a cifras del 40%, que no llegando a ser francesas ni españolas, son más europeas que las tradicionalmente americanas.
Ciertamente, los americanos todavía esperan que lo que sea funcione, pero ya se han manifestado las primeras discrepancias en cuanto al plan de estímulo no sólo entre las filas republicanas, sino en la menos que entusiasta reacción de los mercados financieros. Wall Street no recupera la senda alcista no ya desde el 20 de enero de la inauguración, sino desde que fue elegido el 4 de noviembre.
En definitiva, el verdadero Obama parece ser, de momento, el que en las primarias creía en el poder del Estado para generar prosperidad, reformar el sistema financiero y la sanidad y transformar la economía energética.
En su discurso sugirió que podía pagarse por todo esto con una combinación de inexplicados recortes presupuestarios y –sorpresa– un incremento de impuestos, pero sólo sobre un 2% de los contribuyentes. Además, por lo visto los obamasesores han dado con 2 billones de dólares de partidas en las que se puede ahorrar. Es de esperar que pronto se diga de dónde salen estas cuentas.
Lo cierto es que ya hay considerables impuestos sobre los depósitos bancarios, en un momento en que los hogares necesitan incrementar sus ahorros y en que los bancos necesitan depósitos. Ahora Obama quiere incrementar los impuestos sobre empresas, sobre la inversión, y sobre las rentas de los creadores de empleos más productivos. ¿Ha perdido la razón? Esta presidencia puede ponerse interesante de aquí a seis meses cuando se advierta lo irrelevante, y más probablemente dañino, de estas medidas desde el punto de vista de la creación de riqueza. No hay almuerzos gratuitos, decía Friedman. Tampoco planes de estímulo.
Entretanto, el que se presenta como la reencarnación de Lincoln y Roosevelt al mismo tiempo, no afirma que lo único que hay que temer es el miedo –como hiciera Roosevelt– sino que se dispone a usarlo para sus intereses políticos. Por lo demás, el mundo no ha desaparecido y empieza a echar de menos una política, cualquiera, procedente de los Estados Unidos. Seis o siete planes sobre Afganistán languidecen sobre la mesa del presidente y los europeos no mandarán un soldado más sin una idea de qué hacer allá. Irán tiene misil y arma atómica en sus manos, listos para usar en un plazo de meses y ni el mundo del post 11 de septiembre ni las autocracias emergentes han dejado de ser una amenaza. A ver si es verdad, como dijo en el discurso inaugural, que hay que abandonar las niñerías. Porque, de momento, Obama, sin llegar a tener la gracia de Peter Pan, tampoco parece haber llegado a adulto, es decir, a calcular las consecuencias de sus actos.