A nuestro presidente del Gobierno, que hasta hace poco se mostraba encantado ante la perspectiva de ser el Roosevelt español del siglo XXI, perspectiva, por lo visto, que ha ocupado el imaginario de sus sueños durante años, alguien debería darle alguna que otra clase acerca de la Gran Depresión y de la inutilidad de la gran mayoría de medidas de gasto público que tomó su admirado modelo y que él trata de versionar de acuerdo con los tiempos que corren. Esa lección, sin embargo, debería empezar por algo tan básico como que cuando tuvieron lugar los acontecimientos que dieron lugar a semejante catástrofe socioeconómica y política, nadie podía intuir lo que iba a venir a continuación, entre otras cosas porque ni por entonces se había vivido algo por el estilo ni los estudios de economía se habían desarrollado lo suficiente como para permitir ni tan siquiera intuirlo. Hoy, en cambio, cuando tantos vuelven la vista hacia aquel difícil periodo, hay algo que sí podemos dar por sentado y es que, a tenor de aquella experiencia, con tantos puntos en común con la actual, sabemos qué es lo que va a suceder, en términos generales, con la economía, con la española y con la internacional. Los analistas podrán equivocarse a la hora de concretar las magnitudes del desastre y estimar los tiempos de duración de cada acto del drama que se está representando, pero todos tienen muy claro que vamos a una recesión larga y profunda seguida de una depresión igualmente extensa. Por ello sorprende que, teniendo todo este amplio bagaje de conocimientos a nuestra disposición, el Gobierno esté permitiendo que suceda lo que está sucediendo con la economía española, cuyo retrato nos lo acaba de ofrecer el INE a través de las cifras de la contabilidad nacional.
El INE, por supuesto, nos ha confirmado que ya estamos en recesión porque se ha hundido todo: el consumo, la inversión en equipos, la construcción y el empleo, que se destruye a ritmos de vértigo (y lo que nos queda porque esto, por desgracia, no ha hecho más que empezar). Y es que la historia que viene a continuación es de sobra conocida porque se extrae de la experiencia. Por ello, la actitud del Gobierno acerca de la crisis y de las medidas que hay que tomar para superarla es difícilmente comprensible. Las decisiones que hay que adoptar, en materia laboral o de gasto público, no son fáciles pero sí imprescindibles para frenar la sangría de destrucción de empresas y puestos de trabajo que se está produciendo. Sin ellas, la crisis será más profunda y duradera. Zapatero lo sabe pero como lo que hay que hacer va en contra de su forma de pensar –ya lo dejó bien claro al tachar de políticas neocon a las propuesta de reforma laboral vertida por el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez– y como lo que quiere es ser el más social de entre los socialistas, pues deja que la situación se pudra con tal de tener la oportunidad de representar su particular versión de Roosevelt y el New Deal sobre el escenario de la economía española a comienzos del siglo XXI. Lo malo es que en algún momento va a terminar con encontrarse también con la versión actualizada a la española de Las uvas de la ira, en forma de sufrimiento de las familias y de las empresas.
La historia, por desgracia, no concluye aquí porque a los males que ya estamos experimentado hay que añadir los que se nos vienen encima. Indirectamente, el INE ya nos avisa. Según sus cifras, el último trimestre del pasado año el sector exterior tuvo una aportación positiva a la marcha de la economía gracias a que las importaciones cayeron bastante más que las exportaciones. Esto que, en principio, debería ser una buena noticia, se convierte en un serio motivo de preocupación una vez que se analizan las razones de dicha mejoría. Este comportamiento tiene su lógica en parte como consecuencia del desplome del consumo, que afecta también a los bienes que adquirimos en el exterior, en parte por la caída del precio del petróleo y también en parte porque España es un país que importa bienes intermedios –pongamos, por ejemplo, motores de automóviles– con los que fabrica bienes finales –pongamos automóviles– que destina a la exportación.
Pues bien, ahora que el dólar está subiendo en relación al euro, lo que implica que el petróleo se vuelve más caro, ¿qué va a pasar con la factura energética? ¿Y cuando la cotización del crudo en los mercados internacionales empiece a subir, impulsada por los primeros síntomas de recuperación económica? Muy sencillo, que volveremos a los males de siempre, corregidos y aumentados. ¿Y cuando el consumo empiece a recobrar mínimamente su pulso, aumentando las compras al exterior? Pues que el déficit comercial se disparará de nuevo porque otra de las cosas que está sucediendo con esta crisis es que se está llevando de España muchos empleos vinculados a la actividad de las multinacionales instaladas en nuestro país que ya no volverán porque ahora hay destinos para su inversión mucho más atractivos que nuestra cada vez menos competitiva economía. La consecuencia de todo ello, por desgracia, es inmediata: agravar todavía más la que está cayendo, como si no fuera ya bastante dura de por sí.
Buena parte de estos males se podrían evitar, o al menos mitigar, con un Gobierno que hubiera hecho sus deberes en la pasada legislatura y que ahora estuviera a la altura de las circunstancias. Por desgracia no es así porque el presidente ha decidido tomar las riendas de la cuestión económica e imponer su criterio, que no es otro que el de la realización de sus sueños, con lo que una seria crisis económica en nuestro país se está transformando en la Gran Depresión en versión Zapatero. La contabilidad nacional ya lo avanza.
Emilio J. González
La Gran Depresión en versión Zapatero
ZP ha decidido tomar las riendas de la cuestión económica e imponer su criterio, que no es otro que el de la realización de sus sueños, con lo que una seria crisis económica en nuestro país se está transformando en la Gran Depresión en versión Zapatero.
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