La última moda de la izquierda latinoamericana es atacar a los bancos centrales autónomos. La idea misma de la autonomía en la política monetaria es condenada como un "dogma neoliberal". Y ahora que la izquierda radical vive su mejor momento en la región, parece que esta idea pasará del mundo de los anhelos al mundo de las decisiones y las políticas concretas.
El presidente Chávez prometió acabar con la autonomía del Banco Central de Venezuela. Y no hay duda de que lo hará, ahora que va a gozar de poderes absolutos. El nuevo presidente del Ecuador hizo una promesa similar. En un discurso bien escrito pero lleno de errores, Correa incluyó la autonomía de los bancos centrales como una de las "barbaridades" del neoliberalismo asegurando que carece de sentido técnico. Ideas similares había en el programa de gobierno de Carlos Gaviria, quien disputó por la izquierda la presidencia de Colombia en 2006: allí se prometía acabar con la autonomía del banco central, de modo que el Estado pudiera "recuperar el manejo soberano" de la moneda y los cambios internacionales.
La creación de bancos centrales autónomos, y el mandato dado a ellos para regir la política monetaria, no es una idea exenta de cuestionamientos serios. La crítica no ha sido exclusiva de fanáticos de izquierda. El propio Milton Friedman llegó a tener enormes dudas sobre este esquema: prefería que la cantidad de dinero en la economía estuviera determinada por reglas estrictas y no por decisiones discrecionales, aun cuando las tomara un banco central autónomo, lleno de recursos técnicos.
Pero la idea despierta dudas de otra índole. El presidente Correa se quejó de la falta de "control democrático" de los bancos centrales autónomos. En principio no le falta razón: desde el punto de vista de la democracia liberal, la existencia de entidades estatales con poder autónomo y discrecional despierta intranquilidad.
¿Significa esto, entonces, que Chávez y sus colegas están en lo cierto? De ninguna manera. La cuestión monetaria demanda como pocas una aproximación realista, que reconozca que no hay soluciones perfectas, pero tenga presente el terrible daño que la inflación ha causado a los latinoamericanos pobres.
Según esos criterios, los bancos centrales autónomos pueden ser una opción muy atractiva. Tomemos el caso de Colombia, país cuyo banco central tiene un diseño y unas normas básicas que despiertan la más feroz ira de la izquierda. El Banco de la República goza de autonomía total y tiene como mandato primordial el control de la inflación. ¿El resultado? En 1991, cuando este esquema empezó a funcionar, la inflación en Colombia casi alcanzaba el 27 por ciento anual. En 2006, la cifra se quedó en el 4,48 por ciento.
Ahora bien, la propuesta de la izquierda no elimina los problemas de un banco central autónomo, en especial el de la concentración de poder. Pero la izquierda no desea acabar con ese poder, sino tenerlo en sus manos. No les molesta que la política monetaria sea discrecional, sino que no sean ellos quienes la ejercen. Como siempre, la izquierda justifica su anhelo de poder con buenos propósitos. En este caso, el catálogo va desde la promoción del empleo hasta la reafirmación de la dignidad latinoamericana. Pero no hay nada en tales propuestas que garantice que la moneda no será manejada de forma caprichosa y con criterios políticos. Esto siempre ocurre cuando los gobernantes tienen el control de la política monetaria: la utilizan para resolver sus problemas y conseguir sus objetivos políticos. ¿Quién paga el precio? Los trabajadores, especialmente los más pobres, que son quienes más sufren por la inflación. Esta es la verdadera cara del "manejo soberano" que pide la izquierda; es la cara que verán los pobres.
La virtud del esquema de banca central autónoma es, precisamente, que la misma institución que controla la moneda no tiene a su cargo otras áreas de la política y, entonces, está exenta de la tentación que tiene el gobernante de resolver sus problemas con emisión de moneda. Y pronto veremos el uso que le dará Chávez, siempre ávido de recursos para la difusión internacional de sus locuras.
La banca central autónoma dista de ser un esquema ideal; yo tiendo a preferir las reglas abstractas a las decisiones discrecionales, pero sin duda preferiría mil bancos centrales autónomos a una política monetaria dictada por Chávez y su cuadrilla.