Dos artículos recientes tendrían que dar un respiro a la presente ignorancia política y periodística, demagogia quizá, sobre nuestro déficit comercial internacional. En un artículo del Wall Street Journal de diciembre titulado "Apoye el déficit", el economista jefe de Bear Stearns, David Malpass, desprecia las predicciones de cataclismos asociadas a nuestro déficit comercial.
Desde el 2001, nuestra economía ha generado 9,3 millones de empleos nuevos, en comparación con los 360.000 en Japón y los 1,1 millones en la zona euro, excluyendo España. Japón y los países de la zona euro tuvieron excedentes comerciales mientras nosotros teníamos grandes déficit comerciales y en ascenso. Malpass dice que tanto España como el Reino Unido, al igual que Estados Unidos, registraron déficit comerciales, pero crearon 3,6 y 1,3 millones de empleos nuevos, respectivamente. Por otra parte, los salarios se elevaron tanto en Estados Unidos como en España y el Reino Unido.
El profesor Don Boudreaux, jefe del Departamento de Económicas de la Universidad George Mason, escribió: "Si los excedentes comerciales son tan estupendos, los años 30 debieron haber sido una década de crecimiento". Según datos de la Macrohistory Database de la Oficina Nacional de Investigación Económica, resulta que Estados Unidos registró excedentes comerciales en nueve de los diez años de la Gran Depresión, siendo 1936 la única excepción.
Durante esos 10 años tuvimos un excedente comercial significativo, con las exportaciones alcanzando 26.050 millones de dólares y las importaciones llegando apenas a 21.130 millones de dólares. De modo que, ¿qué demuestran los excedentes comerciales durante una depresión y los déficit comerciales durante un período de auge económico, en vista de que hemos tenido déficit comerciales durante la mayor parte de nuestra historia? El profesor Boudreaux dice que absolutamente nada. Las economías son demasiado complejas como para poder establecer conexiones causales simplistas entre déficit y excedentes comerciales y bienestar social y crecimiento económico.
A pesar de todas las críticas que nos hacen desde el extranjero y de nuestros propios agoreros, el mundo encuentra atractiva nuestra economía. Si nosotros hemos estado muy ansiosos por comprar bienes y servicios extranjeros, éstos no han podido resistirse a invertir billones de dólares en Estados Unidos. Malpass recuerda que nuestros bonos nacionales a 10 años producen un 4,6 % al año en comparación con el 1,6% de Japón, que nuestra deuda nacional es del 38% del PIB frente al 86% de Japón y que mientras esa cifra no es tan mala en Europa como en Japón, no es tan favorable ni de lejos como la nuestra.
He aquí la prueba del algodón. Imagine que es un hombre de Marte que no sabe absolutamente nada sobre la Tierra, y busca un territorio agradable donde aterrizar. Descubre que hay un país, digamos el país A, donde los terrícolas invierten y al que confían voluntariamente billones de los dólares de sus beneficios netos. Hay muchos otros países donde no están tan dispuestos en absoluto a hacer la misma inversión. ¿Cuál juzgaría como el más próspero y con las mejores perspectivas de crecimiento? El país A, que resulta ser Estados Unidos. Al hacerlo, sería usted exactamente igual a la mayor parte de la población mundial que, si fuera libre para hacerlo, invertiría y viviría en Estados Unidos.
El difunto profesor Milton Friedman decía que "subyacente a la mayoría de los argumentos contra el libre mercado se encuentra la ausencia de fe en la propia libertad". Algunas personas justifican sus llamamientos al proteccionismo afirmando estar a favor del libre comercio siempre que sea justo. Eso es absurdo. Piense en ello: cuando compré mi Lexus a un fabricante japonés, a través de un intermediario, recibí lo que quería. El productor japonés recibió lo que quería. En mi pueblo, eso se llama comercio justo.
Por supuesto, algún fabricante automovilístico norteamericano, a quien no compré ningún coche, lo encontrará de lo más injusto. Le gustaría que el Congreso impusiera aranceles y cuotas para hacer menos atractivos y disponibles los coches de fabricación japonesa, con la esperanza de que yo compre uno de los suyos. En mi pueblo, eso sí que se consideraría injusto.